Justicia para Nieves: Un año después

Ya ha pasado un año desde tu marcha. En todo este tiempo, y a pesar del inmenso dolor, tu familia no ha dejado de luchar para limpiar tu memoria y pedir Justicia. Sufriste un verdadero calvario a la vista de todo el mundo, pero nadie decía nada. Pediste ayuda llamando desesperadamente a la puerta de la Justicia pero, desgraciadamente, no pudiste aguantar más.

Recuerdo cuando te vi la primera vez. Llegué a Navas de San Juan un 15 de noviembre con la intención de vernos en una zona tranquila o en alguna cafetería. Pero todo estaba cerrado así que, al final, llegué hasta tu casa. Allí me recibió tu madre, Loli, y tu hermana, Mayte, que amamantaba a tu sobrino, el pequeño Marcos. A Juan, tu padre, le conocí también esa misma tarde. 

Nunca olvidaré la mirada y la sonrisa de agradecimiento de tu madre por haber ido hasta tu casa. Tras ofrecerme un café, me explicó, paso a paso, todo por lo que estabas pasando. Habíais hecho lo correcto, lo que hay que hacer siempre, denunciar ante las autoridades lo que estabas sufriendo desde hacía meses. 

Al poco llegaste tú. No sé si te causé buena impresión o no al verme allí con la documentación sobre la mesa pero, quizá de forma instintiva, te dije lo que siempre digo a todas las personas a las que asisto para intentar ayudarles: “Hola, soy Luis. No te asustes pero, ¿quieres un abrazo?”. Y me respondiste: “¡Vale!”

Tenías una sonrisa como la de tu madre, limpia y pura, aunque tus ojos reflejaban una profunda tristeza por todo lo que te estaban haciendo. Un tristeza que, la segunda vez que te vi, se dejó ver en forma de lágrimas en aquellos ojos tímidos de niña inocente que nunca había hecho daño a nadie, que no merecía en absoluto lo que le estaban haciendo porque nadie lo merece. Un tristeza que, al final, se adueñó de ti totalmente.

Revisé toda la documentación: las tres denuncias que habías interpuesto, las capturas de pantalla, el parte de lesiones de cuando tuviste que ser atendida por el ataque de ansiedad y todo lo relacionado con pesadilla que estabas pasando. Ya en la tercera denuncia, la que hizo que necesitaras asistencia médica, apuntabas el nombre de la persona que sospechabas que podía estar detrás de todo lo que estabas sufriendo. A todo ello se uniría una cuarta denuncia que interpondrías al día siguiente. Cuatro denuncias en total. Pero no hubo respuesta o, al menos, no la hubo a tiempo. 

No solo habían publicado tu teléfono en páginas de contactos, también habían puesto carteles por las calles del pueblo difamándote; enviaron correos electrónicos, tanto a empresas como al Ayuntamiento de tu localidad, en los que se hacían pasar por ti; y, finalmente, suplantaron tu identidad en una red social desde la que se dedicaban a amenazar, a insultar a otras personas y en la que llegaron a subir una foto anunciando el fallecimiento de tu madre. Solo una persona retorcida sería capaz de hacer todo aquello. Incluso, tú misma llegaste a escribir a esa cuenta falsa preguntando qué era lo que querían de ti. La respuesta fue: “Sí, sí. ☠️”. No hay nada más macabro. 

La persona (o personas) que estaba detrás de todo esto había decidido cruelmente hacerte daño desde el falso anonimato que la gente cree que hay en internet y en las redes sociales. Solo una mentalidad criminal podría orquestar todo aquello de forma tan concienzuda y mezquina. Y no solo eso, también consiguieron que tus “amistades” te dieran la espalda y que, incluso, las propias Fuerzas de Seguridad dudasen de ti. Pero, no, tú nunca mentiste. Tu historia era cierta, siempre fue cierta, porque siempre dijiste la verdad. Pero nadie más le dio importancia o, al menos, no la suficiente. 

Un día recibiste la citación del Juzgado. Te citaban el día 21 de diciembre para ratificarte en la tercera denuncia. De las otras dos denuncias que interpusiste nunca tuviste noticia. Sin embargo, parecía que, aunque fuera muy lentamente, todo empezaba a moverse. 

Te acompañaron tu madre y tu padre. Yo también me acerqué hasta La Carolina, el municipio en donde se encuentra el Juzgado que investiga todo, para estar contigo y que estuvieses más tranquila pero, por el protocolo anti-Covid19, nadie pudo entrar contigo para el acto de ratificación. Llevabas en una bolsa toda la documentación pero, al final, no hizo falta presentarla porque solo tenías que decir que lo que te estaba pasando, aquello que reflejaste en la tercera denuncia, era verdad porque tu versión siempre fue la misma y nunca cambió. Aquella mañana tuviste que esperar demasiado, hasta por WhatsApp me dijiste: “Todavía estoy esperando al Juez, que no saben ni dónde está”. Yo solo pude contestarte: “Paciencia. Quédate tranquila”. Supongo que se cumplió el famoso dicho de “las cosas de palacio van despacio”. 

A la salida de tu ratificación tus padres y yo estábamos esperándote en la cafetería cercana al Juzgado. Habías esperado mucho para algo que duró apenas unos pocos minutos. Tu ratificación fue clara: mantuviste tu versión ante el Juzgado acerca de lo que te estaba sucediendo y de quién era la persona de la cual sospechabas. A pesar del inmenso daño, te mantuviste firme en tus palabras, en lo que llevabas meses sufriendo y denunciando. Digan lo que digan. 

El resto de la mañana estuvimos paseando por las calles de La Carolina. Habían puesto los tenderetes del mercado ambulante y a ti te gustaban muchas cosas. Tu madre decía: “Eso para los Reyes Magos”. Todo parecía ir bien, como si la salida del Juzgado hubiese hecho que te quitaras un enorme peso de encima. Incluso, al despedirnos, te dije: “Si quieres vente a Jaén en Navidad. No soy mucho de ir fiesta, pero si tengo que acabar en una fuente, ¡acabo en una fuente!”. 

Por tu forma de sonreír al despedirnos, con esa sonrisa que iluminaba toda la calle, pensé que así sería. Nos despedimos con un abrazo, deseándonos Felices Fiestas mientras te decía: “¡Llámame, bichejo! ¡Que nos vamos de juerga!”. Entonces os marchasteis y yo regresé a casa también tras dar un pequeño paseo por las calles de La Carolina. 

Unos días más tarde, te pasé una foto de una nebulosa que me gusta mucho, la nebulosa NGC 3576. Suelen llamarla la “Nebulosa de la Estatua de la Libertad”, aunque yo prefiero llamarla la “Nebulosa de ‘Hágase la Luz’”. Me dijiste; “¡Qué chula!”. Quería que pensaras que siempre hay luz al final del camino, que es posible salir hacia adelante y que, de una forma u otra, todo puede llegar a solucionarse. 

Al poco, cuando llegó el Día de Nochebuena, te mandé una felicitación por Navidad a través de WhatsApp. En todo este tiempo, he seguido conservando nuestra última conversación de esa tarde. Me dijiste: “Feliz Navidad y Felices Fiestas, nos vemos pronto. Muchas gracias por todo de verdad”. Yo te contesté: “Ahí estaré siempre”. En ese momento creo que pensé: “Esto va a salir bien”. Pero me equivoqué. 

Todo pasó el Día de los Inocentes. Sobre las 15:30 recibí una llamada de una vecina de la localidad. Me dijo: “Nieves lo ha hecho”. No entendía lo que quería decir hasta que me lo dijo claramente. No pudiste soportarlo más. Te habías quitado la vida. 

No supe cómo reaccionar, me quedé en blanco. Nos habíamos despedido días antes con esa sonrisa tan llena de luz que no era capaz de entender cómo había pasado. Mientras me preparaba a toda velocidad para llegar cuanto antes, tu hermana me llamó varias veces desde el teléfono de tu madre. Cuando pude devolver la llamada, escuché a la otro lado la voz de tu hermana: “Luis…”. Rápidamente contesté: “Lo sé, Mayte, me acabo de enterar. Voy para allá”. 

No sé como conduje aquella hora interminable de camino. No sabía qué había pasado, no entendía cómo podía haber sucedido. Solo recuerdo llegar y ver el enorme revuelo en la puerta de tu casa. Ahí fui consciente de lo que había pasado. Había llegado tarde, no había sido capaz de ayudarte. Te había fallado. 

Al llegar a la puerta, llamé por teléfono a tu hermana para decirle que estaba en la puerta. Entré en el portal y me encontré con la agente de la Guardia Civil que custodiaba la entrada al salón. En ese momento se abrió la puerta y un hombre con mascarilla dijo: “Que no entre nadie más”. 

La agente se quedo mirándome fijamente unos instantes, como preguntándose quién era yo y qué hacía ahí. De forma instintiva le dije: “Agente, mi nombre es Luis Francisco Sánchez Cáceres y soy de la Fundación Internacional de Derechos Humanos. Estaba asistiendo a la chica y soy conocedor de lo que sucedía. Por favor, tome mis datos para cualquier cosa que necesiten”. Pero nunca me llamaron. Tal vez no lo consideraron necesario. 

Fue allí donde conocí a tu tía Loles y a tu cuñado Pedro. Tu tía estaba destrozada y tu cuñado intentaba mantener la entereza a duras penas. A los pocos minutos se abrió la puerta, debían trasladarte hasta Jaén y había que despejar la entrada. 

Mucha gente se había agolpado en la calle. Me fijé en una chica a la que había conocido días antes en el Instituto de Enseñanza Secundaria San Juan de Dios, en el mismo Navas de San Juan. Había sido un poco revoltosa en clase y tuve que pedirle que se cambiara de asiento. Me acerqué a ella y le dije: “¿Entiendes ahora lo que os expliqué el otro día? Perdóname si fui un poco duro contigo”. Ella asintió con la cabeza y, entonces, nos fundimos en un abrazo. 

Cuando te marchaste no lo dudé. Llamé a mis superiores para explicarles lo sucedido y pedirles que me dieran “carta blanca” para poder ayudar a tu familia a llevar ante la Justicia a quien te había hecho tanto daño. A cambio, puse todos mis cargos a disposición si me extralimitaba en algún momento. Recibí la autorización. 

Al entrar de nuevo en tu casa, me encontré a toda tu familia destrozada. Era imposible contener las lágrimas rodeado de tanto dolor. Tu muerte podía haberse evitado pero no se llegó a tiempo. Muchas personas que sabían lo que te pasaba miraron para otro lado. Otras muchas, entre ellas quienes se hacía llamar “tus amigos”, simplemente no te creyeron y te abandonaron. Aquellas personas que te abandonaron a tu suerte, que decían que te habías inventado todo, se acercaron a ver lo que había pasado pero fueron de expulsadas de allí por tu familia por hipócritas. Todas ellas son cómplices de alguna manera de lo que te pasó. Quien lo niegue está cometiendo un acto de puro cinismo. 

No lo dudé. Ese día hice un promesa ante toda tu familia. Estaría a su lado hasta el final, hasta que haya una sentencia firme que, ojalá, sea condenatoria. Lo hice de rodillas, pidiendo perdón por si había llegado demasiado tarde, por si había cometido algún error. Un año más tarde, me reafirmo en esa promesa y, estés donde estés, también te lo prometo a ti. No les abandonaré. 

Fuiste víctima del acoso y del ciberacoso. Un delito cuyos casos se multiplican cada año y que causa un tremendo daño a quien lo sufre y también a sus familias. Una lacra social que se extiende cada vez más entre jóvenes y adultos. Puede arrebatar una vida y destrozar a familias enteras a manos de mentes retorcidas y, ¿por qué no decirlo?, también homicidas. Lo que sufriste fue un acto de humillación, de tortura y un verdadero escarnio continuado en el tiempo durante meses. Te llevaron al límite y no pudiste más. La sociedad no puede mirar para otro lado como hicieron contigo. El silencio hace cómplices a quienes no actúan ante la injusticia. No nos callaremos nunca ni nadie nos mandará callar. JAMÁS. 

A pesar del dolor y del peso de tu ausencia, tu familia ha seguido luchando de forma incansable. Han reivindicado tu nombre, honrando tu memoria, protegiendo tu historia y tu verdad en todas las concentraciones por distintos lugares, en las redes sociales y en todas las entrevistas en medios de comunicación de todo el país para que lo que te sucedió a ti no le suceda a nadie más. Lo hacen por AMOR a ti mientras reciben ese mismo AMOR de toda tu familia, de tus amigos de verdad, de quienes nunca les abandonarán ni les darán de lado. Llenaremos cada rincón de mariposas, esas que acompañan siempre a tu familia y que son el símbolo de tu recuerdo. 

La Justicia hablará y quienes hayan tenido algo que ver con lo que te hicieron, sin duda, pagarán por ello. Llegaremos hasta el final, hasta que la persona que te haya hecho esto afronte todo el peso de la ley por su acciones o hasta que las personas que pudieran haberlo evitado, sean quienes sean, asuman su parte de responsabilidad. Que nadie tenga duda de que así será. 

Limpiaremos tu nombre, mantendremos vivo tu recuerdo, clamaremos al cielo pidiendo no venganza, sino JUSTICIA

Y lo haremos en tu nombre, siempre en tu nombre.

¡JUSTICIA PARA NIEVES!