Una emergencia global

(Escrito en 🇪🇸🇲🇽- Written in 🇬🇧🇺🇸- Scritto in 🇮🇹🇸🇲- Rédigé en 🇫🇷🇨🇩- Escrito em 🇵🇹🇧🇷)

🇪🇸ESPAÑOL🇲🇽

(Día Mundial de los Refugiados)

Nos basta con mirar las noticias para saber que el dolor y el sufrimiento humano existe. La inestabilidad social, el cambio climático o los conflictos bélicos en Oriente Medio, Ucrania, Sudán, Myanmar o la República Democrática del Congo son ejemplo de ello. 

Actualmente, de acuerdo con las fuentes de Naciones Unidas y otros organismos internacionales, en todo el mundo hay más de 120 millones de personas que han sido desplazadas por la fuerza. De entre todas ellas, alrededor de 44 millones son personas refugiadas, casi tantas como la población entera de países como Argentina, Iraq, Argelia, Uganda o España. Así, cuando nos encontramos ante una crisis humanitaria global, es cuando debemos mostrar nuestra compasión, solidaridad y empatía para con quienes más necesitan ayuda. 

No es fácil para nadie tener que abandonar su hogar y su país por el hambre o por la destrucción y la muerte que provocan las guerras o el cambio climático. Por esta razón, cuando hablamos de personas refugiadas, debemos hablar también de su entereza, de su valor y de su capacidad de resiliencia. Todo ello sin olvidar el apoyo que merecen en cada etapa de su largo, extenuante y dramático viaje. 

Sin lugar a dudas, las personas refugiadas necesitan de nuestra solidaridad. Toda persona merece tener la oportunidad de poder reconstruir su vida y de vivir con dignidad alejada de toda forma de peligro para su seguridad y bienestar personal y familiar. Detrás de cada persona que se ha visto en situación de tener que huir de su hogar hay una historia de pérdida, de dolor y de resiliencia que no podemos infravalorar. Cada persona refugiada ha tenido que abandonar por la fuerza su hogar, su familia, su medio de vida y la tierra en la que nació. Y millones de personas han tenido que hacerlo por causas de las que no son culpables y que les colocan en una situación en enorme peligro y vulnerabilidad.

Tan como pronto como se les da una oportunidad en las sociedades de acogida, las personas migrantes aportan todo su potencial. Pero para poder hacerlo necesitan igualdad de oportunidades, poder acceder a una vivienda digna y, por supuesto, acceso a los recursos públicos, muy especialmente los relacionados con asistencia médica y salud mental cuando se hay tratar con las secuelas la guerra. 

El acceso a estos recursos en igualdad de oportunidades no solo es un derecho humano básico, también es algo que beneficia a las sociedades de acogida. Las personas refugiadas portan consigo todos sus habilidades, experiencia y visiones que pueden contribuir enormemente al desarrollo económico, social y cultural de la sociedad de destino. Así, distintos estudios han demostrado que las personas refugiadas aportan su capacidad emprendedora, estableciendo negocios y fomentando la creación de empleo, tanto para con sus congéneres como para con el resto de la población local.

Cuando hablamos de menores y jóvenes refugiados, es indudable que necesitan el acceso a una educación de calidad para poder alcanzar todas su metas y sueños, aquellos que se vieron truncados que tuvieron que salir de su país de procedencia. Ciertamente, la educación es la herramienta más poderosa para transformar la vida de cualquier sociedad. Pero para los menores y jóvenes refugiados representa además la oportunidad de poder recuperarse de todo el dolor que han tenido que soportar y recomponer sus vidas desde cero. Y es que, a través de la educación, puede adquirir esas nuevas habilidades para poder formar parte y progresar en la sociedad de acogida al mismo tiempo que la enriquecen. 

En este sentido, el acceso a una educación de calidad es todavía un enorme desafío para muchas personas refugiadas, que quieren retomar sus estudios y completar su formación, por razón de las barreras lingüísticas, sociales, legales y económicas. En muchas ocasiones, estas trabas, junto con una burocracia demasiado farragosa, dificultan enormemente la posibilidad de acceder a una educación de calidad que les permita desarrollar todo su potencial. Por tanto, es esencial que se establezcan políticas inclusivas y programas de apoyo para garantizar el acceso a la educación para que menores y jóvenes refugiados tengan la oportunidad de aprender, crecer y desarrollarse plenamente dentro de la sociedad de acogida.

Sin embargo, los países de acogida, que en su mayoría suelen ser países vecinos con niveles de renta medio o bajo, necesitan también de ayuda para poder dar asistencia a las personas refugiadas e integrarlas en su sociedad y economía nacional. Pero, obviamente, la responsabilidad de acoger y de asistir a los millones de personas refugiadas que hay en el mundo no pueden recaer en unos pocos países. Toda la comunidad internacional debe asumir la responsabilidad compartida de proporcionar el apoyo necesario a aquellas naciones que se encuentran en la primera línea de acogida ante las crisis migratorias y desplazamientos forzados. Dicha ayuda no consiste únicamente en el aporte de recursos financieros, técnicos o logísticos, también son necesarias políticas activas que contribuyan a la inclusión de las personas refugiadas. Así, lo países de acogida han de contar con el reconocimiento y el apoyo unánimes de la comunidad internacional por su generosidad, esfuerzo y solidaridad, ya que, a pesar de sus recursos limitados, demuestran la capacidad suficiente, no sin enormes sacrificios, para dar refugio y mismas oportunidades a millones de desplazados, manteniendo la estabilidad y la paz a nivel regional y global.

Como sociedad, hemos de comprometernos con nuestra responsabilidad colectiva en lo que respecta a la asistencia y ayuda hacia las personas refugiadas, respetando siempre su dignidad humana inviolable y defendiendo siempre los derechos humanos entre los que se encuentra, por supuesto, el derecho a solicitar asilo. Esto conlleva no solo proporcionar un lugar seguro, sino también que las personas refugiadas puedan tener acceso a la justicia, a la defensa legal y a unas condiciones mínimas de vida digna. Por tanto, la protección de los derechos humanos y fundamentales de las personas refugiadas tiene que ser siempre una prioridad para toda la comunidad internacional en su conjunto. Y, por supuesto, las personas refugiadas tienen que ser tratadas con absoluto respeto, dignidad y perseguir cualquier clase de violencia, odio y discriminación por razón de su lugar de procedencia, cultura, etnia, religión o creencias. Y es que el discurso de odio basado en prejuicios y estereotipos, o en bulos malintencionados y promovidos por las ideologías propias de la ultraderecha racista y xenófoba, están detrás de la gran mayoría de los ataques hacia las personas refugiadas en las sociedades de acogida.

Evidentemente, hemos de mejorar los mecanismos de protección de las personas refugiadas. El mecanismo establecido con la Convención de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados y Protocolo de 1967, necesita ser ampliamente fortalecido y defendido. Este mecanismo establece un marco legal que es vital para la protección de las personas refugiadas, garantizando la no devolución a las zonas de peligro, así como el apoyo necesario para intentar reconstruir sus vidas desde cero. Y esto ha de fortalecerse en un momento en el que cada vez se implementan más políticas restrictivas y los discursos racistas y xenófobos están cada vez más presentes en la sociedad. Por eso, hay reafirmar el compromiso en la defensa de los principios y valores fundamentales respeto, igualdad y justicia que, al mismo tiempo, también son derechos humanos indiscutibles. 

En todo caso, también tenemos la responsabilidad de colaboración en la resolución de los conflictos existentes para que los millones de personas refugiadas que se han visto obligadas a abandonar su país pueden volver a sus hogares a empezar de nuevo. Por ello, la paz y la seguridad son esenciales para evitar y resolver los millones de desplazamientos forzados de la actualidad. Así, la comunidad internacional no puede reducir sus esfuerzos, sino todo lo contrario. Tiene que redoblar todos sus esfuerzos en cuanto al uso de la diplomacia de carácter preventivo, en la solución pacífica de conflictos y en la defensa de una paz que sea sostenible y duradera en el tiempo. No olvidemos únicamente cuando se aborda la raíz principal de cualquier conflicto, siempre vinculada a situaciones de desigualdad, falta de oportunidades, corrupción sistémica y absoluta falta de justicia social, es cuando, verdaderamente, no solo puede reducirse el número de personas que se ven en situación de tener que salir huyendo sus hogares, también se sientan las bases para su regreso en condiciones se seguridad, libertad e igualdad. 

En todo caso, es esencial que cualquier solución duradera para las personas refugiadas pase siempre, no solo por un proceso de repatriación que debe ser siempre voluntario y seguro, sino que también ha de apostar por la integración e inclusión local y el reasentamiento en terceros países. Pero cada una de estas soluciones debe contar con la preparación suficiente además de con los recursos adecuados para que sean efectivas. Así, la repatriación solo puede ser una opción cuando existan garantías de seguridad y unos niveles de vida digna aceptables en el país de origen. Igualmente, toda medida de integración local tiene que poder ofrecer un mecanismo de vida y estabilidad dentro de la sociedad de acogida en igualdad de derechos y oportunidades. Finalmente, cualquier intento de reasentamiento tiene que ser una garantía de solución duradera para aquellas personas refugiadas que no tienen posibilidad de poder permanecer en el primer país al que han acudido en busca de asilo. Por tanto, dicho reasentamiento ha de contar siempre con los recursos necesarios para poder dotar de la ayuda necesaria facilitando la integración y la inclusión en el lugar de acogida, garantizando toda protección ante cualquier forma de marginación y riesgo de exclusión. 

No olvidemos que detrás de cada persona refugiada está la historia de la vida de un ser humano cuyos sueños y esperanzas han sido destruidos. Por eso, hay que actuar con celeridad y abordar las necesidades de las personas refugiadas y desplazadas para paliar su precaria situación. Al mismo tiempo, también debemos reconocer su resiliencia y todas aquellas contribuciones que han hecho a las sociedades de acogida. Pero, por encima de todo, tenemos que reconocer su fuerza y determinación para reconstruir su vida desde las cenizas y frente a cualquier adversidad. 

Hay que insistir en que estamos hablando de una responsabilidad compartida. Dicha responsabilidad recae en gobiernos, organismos internacionales, instituciones, empresas y, por supuesto, en la sociedad civil, ya sea a nivel individual de cada persona o a través de asociaciones y organizaciones no gubernamentales. Toda la sociedad global en su conjunto puede sumar, ya sea desde el simple voluntariado, la donación de ropa o alimentos, el envío de material sanitario y medicinas o, simplemente, mostrando nuestra solidaridad hacia las personas refugiadas que conviven y lo dan lo mejor de sí mismos dentro de nuestra comunidad. 

Si en algún momento tuviésemos que responder a una pregunta acerca de cómo medimos nuestra humanidad, la respuesta sería por la manera en la que tratamos a quienes son más vulnerables. Por eso, cuando nos comprometemos con la defensa y el apoyo hacia las personas refugiadas, lo que hacemos es demostrar la compasión, la comprensión, la bondad y el amor que nace de ese sentimiento de solidaridad que debe regir en cualquier sociedad justa, igualitaria, democrática y avanzada. Si toda la sociedad colabora, sin duda podremos marcar la diferencia y mejorar la vida de millones de personas que se han visto obligadas a abandonar sus hogares y sus países en contra de su voluntad y que solo sueñan con una cosa: volver a sus hogares, a una tierra en paz libre de violencia, hambre y muerte. 

Enfrentamos una crisis global refugiados sin precedentes en historia y la respuesta también tiene que ser global y sin precedentes. Trabajemos desde una sociedad unida para crear un mundo donde toda persona pueda vivir en paz, seguridad y con absoluto respeto hacia sus derechos más elementales y hacia su dignidad humana inviolable. Somos capaces de construir un mundo mejor para todas las personas, sin importar cuál sea su lugar de procedencia o las razones por las que se hayan visto obligadas a abandonar la tierra que les vio nacer en búsqueda de protección y refugio. 

Cooperemos, apoyemos a los países de acogida en la protección de las personas refugiadas y hagamos de este desafío global una oportunidad para seguir avanzando como sociedad y en beneficio de toda la humanidad. Haciéndolo, no solo contribuimos a mejorar las condiciones de vida de las personas refugiadas, también enriquecemos nuestra propia sociedad haciéndola más plural, diversa, justa y, sobre todo, solidaria. 

Es trabajo que queda por hacer es enorme, pero no hay nada imposible si existe la voluntad política suficiente, los recursos necesarios y demostramos un compromiso férreo con la igualdad, la libertad y la justicia. Si creemos en estas tres palabras, seremos capaces de conseguirlo. 

Nos enfrentamos a una emergencia global que precisa de nuestra solidaridad global y es nuestro deber común defender a los más vulnerables. 

Las personas refugiadas de todo el mundo merecen un mundo de esperanza, un mundo de prosperidad y paz. 

Confiemos en una sociedad donde toda persona se sienta bienvenida, apoyada y empoderada. 

Porque toda persona sueña con un futuro mejor. 

Pues hagámoslo posible. 

🇬🇧ENGLISH🇺🇸

A GLOBAL EMERGENCY

(World Refugee Day)

We only have to look at the news to know that human pain and suffering exists. Social instability, climate change or armed conflicts in the Middle East, Ukraine, Sudan, Myanmar or the Democratic Republic of Congo are examples of this.

Currently, according to UN sources and other international organisations, more than 120 million people worldwide have been forcibly displaced. Of these, around 44 million are refugees, almost as many as the entire population of countries such as Argentina, Iraq, Algeria, Uganda or Spain. So it is when we are faced with a global humanitarian crisis that we must show our compassion, solidarity and empathy for those who need help the most.

It is not easy for anyone to have to leave their home and country because of hunger or the destruction and death caused by war or climate change. For this reason, when we talk about refugees, we must also talk about their resilience, their courage and their resilience. Not to mention the support they deserve at every stage of their long, gruelling and dramatic journey.

There is no doubt that refugees need our solidarity. Every person deserves the opportunity to be able to rebuild their lives and to live in dignity away from any form of danger to their personal and family safety and well-being. Behind every person who has been forced to flee their home is a story of loss, pain and resilience that cannot be underestimated. Every refugee has had to forcibly leave their home, their family, their livelihood and the land of their birth. And millions of people have had to do so for reasons for which they are not to blame and which place them in enormous danger and vulnerability.

As soon as they are given a chance in their host societies, migrants bring their full potential to bear. But in order to do so, they need equal opportunities, access to decent housing and, of course, access to public resources, most especially those related to medical care and mental health when dealing with the aftermath of war.

Equal access to these resources is not only a basic human right, it is also something that benefits host societies. Refugees bring with them skills, experience and insights that can contribute enormously to the economic, social and cultural development of the host society. Studies have shown that refugees bring their entrepreneurial skills, setting up businesses and fostering job creation, both for their fellow refugees and for the rest of the local population.

When it comes to refugee children and young people, there is no doubt that they need access to quality education in order to achieve all their goals and dreams, those that were cut short when they had to leave their country of origin. Certainly, education is the most powerful tool for transforming the life of any society. But for children and young refugees, it is also an opportunity to recover from all the pain they have endured and to rebuild their lives from scratch. Through education, they can acquire these new skills to be able to take part and progress in the host society while enriching it.

In this sense, access to quality education is still a huge challenge for many refugees, who want to resume their studies and complete their education, due to linguistic, social, legal and economic barriers. In many cases, these obstacles, together with cumbersome bureaucracy, make it extremely difficult for refugees to access quality education that allows them to develop their full potential. It is therefore essential that inclusive policies and support programmes are put in place to ensure access to education so that refugee children and youth have the opportunity to learn, grow and develop fully within the host society.

However, host countries, most of which tend to be neighbouring countries with medium or low income levels, also need help in order to assist refugees and integrate them into their society and national economy. But of course, the responsibility for hosting and assisting the millions of refugees in the world cannot be the responsibility of just a few countries. The entire international community must assume a shared responsibility to provide the necessary support to those nations that are on the front line in the face of migration crises and forced displacement. This support does not only consist of financial, technical or logistical resources, but also requires active policies that contribute to the inclusion of refugees. Thus, host countries must have the unanimous recognition and support of the international community for their generosity, effort and solidarity, since, despite their limited resources, they demonstrate sufficient capacity, not without enormous sacrifices, to provide refuge and equal opportunities to millions of displaced people, maintaining stability and peace at regional and global level.

As a society, we must commit ourselves to our collective responsibility to assist and help refugees, always respecting their inviolable human dignity and always upholding human rights, including, of course, the right to seek asylum. This entails not only providing a safe place, but also that refugees can have access to justice, legal defence and a minimum of dignified living conditions. Therefore, the protection of the human and fundamental rights of refugees must always be a priority for the international community as a whole. And, of course, refugees must be treated with absolute respect and dignity, and any kind of violence, hatred and discrimination based on their place of origin, culture, ethnicity, religion or beliefs must be prosecuted. Hate speech based on prejudices and stereotypes, or on malicious hoaxes promoted by the ideologies of the racist and xenophobic far right, are behind the vast majority of attacks on refugees in host societies.

Clearly, we need to improve the mechanisms for the protection of refugees. The mechanism established with the 1951 Convention relating to the Status of Refugees and 1967 Protocol needs to be greatly strengthened and defended. This mechanism establishes a legal framework that is vital for the protection of refugees, guaranteeing non-refoulement to areas of danger, as well as the support needed to try to rebuild their lives from scratch. And this needs to be strengthened at a time when more and more restrictive policies are being implemented and racist and xenophobic discourses are increasingly present in society. Therefore, we must reaffirm our commitment to defend the fundamental principles and values of respect, equality and justice which, at the same time, are also indisputable human rights.

In any case, we also have a responsibility to cooperate in the resolution of existing conflicts so that the millions of refugees who have been forced to leave their country can return to their homes and start afresh. Peace and security are therefore essential to prevent and resolve today’s millions of forced displacements. Thus, the international community must not reduce its efforts, but rather the opposite. It must redouble all its efforts in the use of preventive diplomacy, in the peaceful resolution of conflicts and in the defence of a peace that is sustainable and lasting over time. Let us not forget that it is only by addressing the root causes of any conflict, which are always linked to situations of inequality, lack of opportunities, systemic corruption and a complete lack of social justice, that we can truly not only reduce the number of people who are forced to flee their homes, but also lay the foundations for their return in conditions of security, freedom and equality.

In any case, it is essential that any durable solution for refugees must always involve not only a repatriation process, which must always be voluntary and safe, but also local integration and inclusion and resettlement in third countries. But each of these solutions must have sufficient preparation as well as adequate resources to be effective. Thus, repatriation can only be an option when there are guarantees of security and acceptable standards of decent living in the country of origin. Likewise, any local integration measure must be able to offer a mechanism for life and stability within the host society with equal rights and opportunities. Finally, any attempt at resettlement must be a guarantee of a durable solution for those refugees who have no possibility of being able to remain in the first country to which they have sought asylum. Therefore, such resettlement must always have the necessary resources to be able to provide the necessary assistance to facilitate integration and inclusion in the host country, guaranteeing protection against any form of marginalisation and risk of exclusion.

Let us not forget that behind every refugee is the life story of a human being whose hopes and dreams have been destroyed. Therefore, we must act swiftly and address the needs of refugees and displaced persons to alleviate their precarious situation. At the same time, we must also recognise their resilience and the contributions they have made to their host societies. But above all, we must recognise their strength and determination to rebuild their lives from the ashes and in the face of adversity.

We must insist that we are talking about a shared responsibility. This responsibility lies with governments, international organisations, institutions, companies and, of course, civil society, whether at the individual level of each person or through associations and non-governmental organisations. All of global society as a whole can play a part, whether by simply volunteering, donating clothes or food, sending medical supplies and medicines, or simply showing our solidarity with the refugees who live and do their best within our community.

If ever we had to answer a question about how we measure our humanity, the answer would be by the way we treat those who are most vulnerable. So when we engage in advocacy and support for refugees, what we are doing is demonstrating the compassion, understanding, kindness and love that comes from that sense of solidarity that should govern any just, egalitarian, democratic and advanced society. If society as a whole works together, we can certainly make a difference and improve the lives of millions of people who have been forced to leave their homes and countries against their will and who dream of only one thing: to return home to a peaceful land free from violence, hunger and death.

We face a global refugee crisis unprecedented in history and the response must also be global and unprecedented. Let us work as a united society to create a world where all people can live in peace, security and with absolute respect for their most basic rights and inviolable human dignity. We are capable of building a better world for all people, regardless of where they come from or the reasons why they have been forced to leave the land of their birth in search of protection and refuge.

Let us cooperate, let us support host countries in protecting refugees and let us turn this global challenge into an opportunity to move forward as a society and for the benefit of all humanity. In doing so, we not only contribute to improving the living conditions of refugees, we also enrich our own society, making it more plural, diverse, fair and, above all, more caring.

The work that remains to be done is enormous, but nothing is impossible if there is sufficient political will, the necessary resources and if we demonstrate an unwavering commitment to equality, freedom and justice. If we believe in these three words, we can do it.

We face a global emergency that requires our global solidarity and it is our common duty to stand up for the most vulnerable.

Refugees around the world deserve a world of hope, a world of prosperity and peace.

Let us hope for a society where every person feels welcome, supported and empowered.

Because every person dreams of a better future.

So let’s make it happen.

🇮🇹ITALIANO🇸🇲

UN’EMERGENZA GLOBALE

(Giornata Mondiale dei Rifugiati)

Basta guardare i telegiornali per capire che il dolore e la sofferenza umana esistono. L’instabilità sociale, i cambiamenti climatici o i conflitti armati in Medio Oriente, Ucraina, Sudan, Myanmar o Repubblica Democratica del Congo ne sono un esempio.

Attualmente, secondo le fonti delle Nazioni Unite e di altre organizzazioni internazionali, più di 120 milioni di persone nel mondo sono sfollate con la forza. Di questi, circa 44 milioni sono rifugiati, quasi quanto l’intera popolazione di Paesi come l’Argentina, l’Iraq, l’Algeria, l’Uganda o la Spagna. È quindi quando ci troviamo di fronte a una crisi umanitaria globale che dobbiamo mostrare la nostra compassione, solidarietà ed empatia per coloro che hanno più bisogno di aiuto.

Non è facile per nessuno dover lasciare la propria casa e il proprio Paese a causa della fame o della distruzione e della morte causate dalla guerra o dai cambiamenti climatici. Per questo motivo, quando parliamo di rifugiati, dobbiamo anche parlare della loro capacità di recupero, del loro coraggio e della loro resistenza. Per non parlare del sostegno che meritano in ogni fase del loro lungo, faticoso e drammatico viaggio.

Non c’è dubbio che i rifugiati abbiano bisogno della nostra solidarietà. Ogni persona merita l’opportunità di ricostruire la propria vita e di vivere in modo dignitoso, lontano da qualsiasi forma di pericolo per la sicurezza e il benessere personale e familiare. Dietro ogni persona che è stata costretta a fuggire dalla propria casa c’è una storia di perdita, dolore e resilienza che non può essere sottovalutata. Ogni rifugiato ha dovuto lasciare con la forza la propria casa, la propria famiglia, i propri mezzi di sostentamento e la terra in cui è nato. E milioni di persone sono state costrette a farlo per ragioni di cui non hanno colpa e che le pongono in una situazione di enorme pericolo e vulnerabilità.

Non appena viene data loro una possibilità nelle società di accoglienza, i migranti mettono in campo tutto il loro potenziale. Per farlo, però, hanno bisogno di pari opportunità, di accesso a un alloggio dignitoso e, naturalmente, di accesso alle risorse pubbliche, soprattutto a quelle legate all’assistenza medica e alla salute mentale quando si tratta di affrontare le conseguenze della guerra.

La parità di accesso a queste risorse non è solo un diritto umano fondamentale, ma anche un vantaggio per le società ospitanti. I rifugiati portano con sé competenze, esperienze e intuizioni che possono contribuire enormemente allo sviluppo economico, sociale e culturale della società ospitante. Alcuni studi hanno dimostrato che i rifugiati apportano le loro capacità imprenditoriali, creando imprese e favorendo la creazione di posti di lavoro, sia per i loro compagni che per il resto della popolazione locale.

Per quanto riguarda i bambini e i giovani rifugiati, non c’è dubbio che abbiano bisogno di accedere a un’istruzione di qualità per raggiungere tutti i loro obiettivi e sogni, che sono stati tagliati quando hanno dovuto lasciare il loro Paese d’origine. L’istruzione è certamente lo strumento più potente per trasformare la vita di qualsiasi società. Ma per i bambini e i giovani rifugiati è anche un’opportunità per riprendersi da tutto il dolore subito e per ricostruire la propria vita da zero. Attraverso l’istruzione, possono acquisire queste nuove competenze per poter partecipare e progredire nella società ospitante, arricchendola.

In questo senso, l’accesso a un’istruzione di qualità è ancora una sfida enorme per molti rifugiati che vogliono riprendere gli studi e completare la loro formazione, a causa di barriere linguistiche, sociali, legali ed economiche. In molti casi, questi ostacoli, insieme alla burocrazia farraginosa, rendono estremamente difficile per i rifugiati accedere a un’istruzione di qualità che permetta loro di sviluppare appieno il proprio potenziale. È quindi essenziale mettere in atto politiche inclusive e programmi di sostegno per garantire l’accesso all’istruzione, in modo che i bambini e i giovani rifugiati abbiano l’opportunità di imparare, crescere e svilupparsi pienamente all’interno della società ospitante.

Tuttavia, anche i Paesi ospitanti, che tendono a essere per lo più Paesi limitrofi con livelli di reddito medi o bassi, hanno bisogno di aiuto per assistere i rifugiati e integrarli nella loro società e nell’economia nazionale. Ma naturalmente la responsabilità di ospitare e assistere i milioni di rifugiati nel mondo non può essere solo di alcuni Paesi. L’intera comunità internazionale deve assumersi la responsabilità condivisa di fornire il sostegno necessario a quelle nazioni che sono in prima linea di fronte alle crisi migratorie e agli spostamenti forzati. Questo sostegno non consiste solo in risorse finanziarie, tecniche o logistiche, ma richiede anche politiche attive che contribuiscano all’inclusione dei rifugiati. Pertanto, i Paesi ospitanti devono avere il riconoscimento e il sostegno unanime della comunità internazionale per la loro generosità, i loro sforzi e la loro solidarietà, poiché, nonostante le loro risorse limitate, dimostrano di essere in grado, non senza enormi sacrifici, di fornire rifugio e pari opportunità a milioni di sfollati, mantenendo la stabilità e la pace a livello regionale e globale.

Come società, dobbiamo impegnarci nella nostra responsabilità collettiva di assistere e aiutare i rifugiati, rispettando sempre la loro inviolabile dignità umana e sostenendo sempre i diritti umani, compreso, ovviamente, il diritto di chiedere asilo. Ciò implica non solo fornire un luogo sicuro, ma anche che i rifugiati possano avere accesso alla giustizia, alla difesa legale e a un minimo di condizioni di vita dignitose. Pertanto, la protezione dei diritti umani e fondamentali dei rifugiati deve essere sempre una priorità per l’intera comunità internazionale. Naturalmente, i rifugiati devono essere trattati con assoluto rispetto e dignità, e qualsiasi tipo di violenza, odio e discriminazione basata sul loro luogo di origine, cultura, etnia, religione o credenze deve essere perseguita. I discorsi d’odio basati su pregiudizi e stereotipi, o su bufale maligne promosse dalle ideologie dell’estrema destra razzista e xenofoba, sono alla base della stragrande maggioranza degli attacchi ai rifugiati nelle società di accoglienza.

È chiaro che dobbiamo migliorare i meccanismi di protezione dei rifugiati. Il meccanismo istituito con la Convenzione del 1951 sullo status dei rifugiati e il Protocollo del 1967 deve essere notevolmente rafforzato e difeso. Questo meccanismo stabilisce un quadro giuridico fondamentale per la protezione dei rifugiati, garantendo il non respingimento nelle aree di pericolo, nonché il sostegno necessario per cercare di ricostruire le loro vite da zero. Questo deve essere rafforzato in un momento in cui vengono attuate politiche sempre più restrittive e i discorsi razzisti e xenofobi sono sempre più presenti nella società. Dobbiamo quindi riaffermare il nostro impegno a difendere i principi e i valori fondamentali del rispetto, dell’uguaglianza e della giustizia che, allo stesso tempo, sono anche diritti umani indiscutibili.

In ogni caso, abbiamo anche la responsabilità di collaborare alla risoluzione dei conflitti esistenti, in modo che i milioni di rifugiati che sono stati costretti a lasciare il loro Paese possano tornare alle loro case e ricominciare da capo. La pace e la sicurezza sono quindi essenziali per prevenire e risolvere i milioni di sfollati di oggi. Pertanto, la comunità internazionale non deve ridurre i suoi sforzi, ma piuttosto il contrario. Deve raddoppiare tutti i suoi sforzi nell’uso della diplomazia preventiva, nella risoluzione pacifica dei conflitti e nella difesa di una pace che sia sostenibile e duratura nel tempo. Non dimentichiamo che solo affrontando le cause profonde di ogni conflitto, che sono sempre legate a situazioni di disuguaglianza, di mancanza di opportunità, di corruzione sistemica e di totale assenza di giustizia sociale, possiamo davvero non solo ridurre il numero di persone costrette a fuggire dalle loro case, ma anche porre le basi per il loro ritorno in condizioni di sicurezza, libertà e uguaglianza.

In ogni caso, è essenziale che qualsiasi soluzione duratura per i rifugiati preveda sempre non solo un processo di rimpatrio, che deve essere sempre volontario e sicuro, ma anche l’integrazione e l’inclusione locale e il reinsediamento in Paesi terzi. Ma ognuna di queste soluzioni deve avere una preparazione sufficiente e risorse adeguate per essere efficace. Pertanto, il rimpatrio può essere un’opzione solo se ci sono garanzie di sicurezza e standard di vita dignitosi nel Paese d’origine. Allo stesso modo, qualsiasi misura di integrazione locale deve essere in grado di offrire un meccanismo di vita e stabilità all’interno della società ospitante, con pari diritti e opportunità. Infine, ogni tentativo di reinsediamento deve garantire una soluzione duratura per quei rifugiati che non hanno la possibilità di rimanere nel primo Paese in cui hanno chiesto asilo. Pertanto, tale reinsediamento deve sempre disporre delle risorse necessarie per poter fornire l’assistenza necessaria a facilitare l’integrazione e l’inclusione nel Paese ospitante, garantendo la protezione da qualsiasi forma di emarginazione e rischio di esclusione.

Non dimentichiamo che dietro ogni rifugiato c’è la storia di un essere umano le cui speranze e i cui sogni sono stati distrutti. Pertanto, dobbiamo agire rapidamente e rispondere alle esigenze dei rifugiati e degli sfollati per alleviare la loro situazione precaria. Allo stesso tempo, dobbiamo anche riconoscere la loro capacità di recupero e il contributo che hanno dato alle società che li ospitano. Ma soprattutto, dobbiamo riconoscere la loro forza e determinazione nel ricostruire le loro vite dalle ceneri e di fronte alle avversità.

Dobbiamo insistere sul fatto che stiamo parlando di una responsabilità condivisa. Questa responsabilità è dei governi, delle organizzazioni internazionali, delle istituzioni, delle imprese e, naturalmente, della società civile, sia a livello individuale di ogni persona che attraverso le associazioni e le organizzazioni non governative. Tutta la società globale può fare la sua parte, sia semplicemente facendo volontariato, donando vestiti o cibo, inviando forniture mediche e medicinali, sia semplicemente mostrando la nostra solidarietà ai rifugiati che vivono e fanno del loro meglio all’interno della nostra comunità.

Se mai dovessimo rispondere a una domanda su come misuriamo la nostra umanità, la risposta sarebbe il modo in cui trattiamo coloro che sono più vulnerabili. Quindi, quando ci impegniamo nella difesa e nel sostegno dei rifugiati, dimostriamo la compassione, la comprensione, la gentilezza e l’amore che derivano da quel senso di solidarietà che dovrebbe reggere qualsiasi società giusta, egualitaria, democratica e avanzata. Se la società nel suo complesso lavora insieme, possiamo certamente fare la differenza e migliorare la vita di milioni di persone che sono state costrette a lasciare le loro case e i loro Paesi contro la loro volontà e che sognano solo una cosa: tornare a casa in una terra pacifica e libera da violenza, fame e morte.

Siamo di fronte a una crisi globale dei rifugiati senza precedenti nella storia e anche la risposta deve essere globale e senza precedenti. Lavoriamo come società unita per creare un mondo in cui tutte le persone possano vivere in pace, in sicurezza e nel rispetto assoluto dei loro diritti più elementari e della loro inviolabile dignità umana. Siamo in grado di costruire un mondo migliore per tutte le persone, indipendentemente dalla loro provenienza o dalle ragioni per cui sono state costrette a lasciare la terra in cui sono nate in cerca di protezione e rifugio.

Cooperiamo, sosteniamo i Paesi ospitanti nella protezione dei rifugiati e trasformiamo questa sfida globale in un’opportunità per progredire come società e per il bene di tutta l’umanità. Così facendo, non solo contribuiamo a migliorare le condizioni di vita dei rifugiati, ma arricchiamo anche la nostra società, rendendola più plurale, diversa, equa e, soprattutto, più attenta.

Il lavoro che resta da fare è enorme, ma nulla è impossibile se c’è sufficiente volontà politica, le risorse necessarie e se dimostriamo un impegno incrollabile per l’uguaglianza, la libertà e la giustizia. Se crediamo in queste tre parole, possiamo farcela.

Siamo di fronte a un’emergenza globale che richiede la nostra solidarietà globale ed è nostro dovere comune difendere i più vulnerabili.

I rifugiati di tutto il mondo meritano un mondo di speranza, un mondo di prosperità e di pace.

Speriamo in una società in cui ogni persona si senta accolta, sostenuta e potenziata.

Perché ogni persona sogna un futuro migliore.

Quindi facciamo in modo che accada.

🇫🇷FRANÇAIS🇨🇩

UNE URGENCE MONDIALE

(Journée mondiale des réfugiés)

Il suffit de regarder l’actualité pour savoir que la douleur et la souffrance humaines existent. L’instabilité sociale, le changement climatique ou les conflits armés au Moyen-Orient, en Ukraine, au Soudan, au Myanmar ou en République démocratique du Congo en sont des exemples.

Actuellement, selon les sources des Nations unies et d’autres organisations internationales, plus de 120 millions de personnes dans le monde ont été déplacées de force. Parmi elles, environ 44 millions sont des réfugiés, soit presque autant que la population totale de pays comme l’Argentine, l’Irak, l’Algérie, l’Ouganda ou l’Espagne. C’est donc lorsque nous sommes confrontés à une crise humanitaire mondiale que nous devons faire preuve de compassion, de solidarité et d’empathie à l’égard de ceux qui ont le plus besoin d’aide.

Il n’est pas facile pour quiconque de devoir quitter sa maison et son pays à cause de la faim ou de la destruction et de la mort causées par la guerre ou le changement climatique. C’est pourquoi, lorsque nous parlons des réfugiés, nous devons également parler de leur résistance, de leur courage et de leur résilience. Sans oublier le soutien qu’ils méritent à chaque étape de leur long, éprouvant et dramatique voyage.

Il ne fait aucun doute que les réfugiés ont besoin de notre solidarité. Chaque personne mérite de pouvoir reconstruire sa vie et de vivre dans la dignité, à l’abri de toute forme de danger pour sa sécurité et son bien-être personnel et familial. Derrière chaque personne qui a été forcée de fuir son foyer se cache une histoire de perte, de douleur et de résilience qui ne peut être sous-estimée. Chaque réfugié a dû quitter de force sa maison, sa famille, ses moyens de subsistance et sa terre natale. Et des millions de personnes ont dû le faire pour des raisons qui ne leur sont pas imputables et qui les placent dans une situation de danger et de vulnérabilité extrêmes.

Dès qu’ils ont une chance dans leur société d’accueil, les migrants déploient tout leur potentiel. Mais pour ce faire, ils ont besoin d’égalité des chances, d’accès à un logement décent et, bien sûr, d’accès aux ressources publiques, plus particulièrement celles liées aux soins médicaux et à la santé mentale lorsqu’il s’agit de faire face aux conséquences de la guerre.

L’égalité d’accès à ces ressources n’est pas seulement un droit humain fondamental, c’est aussi quelque chose qui profite aux sociétés d’accueil. Les réfugiés apportent avec eux des compétences, une expérience et des connaissances qui peuvent contribuer énormément au développement économique, social et culturel de la société d’accueil. Des études ont montré que les réfugiés apportent leurs compétences entrepreneuriales, créant des entreprises et encourageant la création d’emplois, tant pour leurs compatriotes réfugiés que pour le reste de la population locale.

En ce qui concerne les enfants et les jeunes réfugiés, il ne fait aucun doute qu’ils doivent avoir accès à une éducation de qualité afin de réaliser tous leurs objectifs et leurs rêves, ceux qui ont été interrompus lorsqu’ils ont dû quitter leur pays d’origine. L’éducation est certainement l’outil le plus puissant pour transformer la vie de toute société. Mais pour les enfants et les jeunes réfugiés, c’est aussi l’occasion de se remettre de toutes les souffrances qu’ils ont endurées et de reconstruire leur vie à partir de zéro. Grâce à l’éducation, ils peuvent acquérir ces nouvelles compétences pour pouvoir participer et progresser dans la société d’accueil tout en l’enrichissant.

En ce sens, l’accès à une éducation de qualité reste un énorme défi pour de nombreux réfugiés qui souhaitent reprendre leurs études et terminer leur formation, en raison de barrières linguistiques, sociales, juridiques et économiques. Dans de nombreux cas, ces obstacles, associés à une bureaucratie pesante, font qu’il est extrêmement difficile pour les réfugiés d’accéder à une éducation de qualité qui leur permette de développer tout leur potentiel. Il est donc essentiel de mettre en place des politiques inclusives et des programmes de soutien pour garantir l’accès à l’éducation afin que les enfants et les jeunes réfugiés aient la possibilité d’apprendre, de grandir et de s’épanouir pleinement au sein de la société d’accueil.

Cependant, les pays d’accueil, dont la plupart sont des pays voisins à revenus moyens ou faibles, ont également besoin d’aide pour aider les réfugiés et les intégrer dans leur société et leur économie nationale. Mais bien entendu, la responsabilité d’accueillir et d’aider les millions de réfugiés dans le monde ne peut incomber à quelques pays seulement. L’ensemble de la communauté internationale doit assumer une responsabilité partagée pour apporter le soutien nécessaire aux nations qui sont en première ligne face aux crises migratoires et aux déplacements forcés. Ce soutien ne consiste pas seulement en des ressources financières, techniques ou logistiques, mais nécessite également des politiques actives qui contribuent à l’inclusion des réfugiés. Ainsi, les pays d’accueil doivent bénéficier de la reconnaissance et du soutien unanimes de la communauté internationale pour leur générosité, leurs efforts et leur solidarité, car, malgré leurs ressources limitées, ils font preuve d’une capacité suffisante, non sans d’énormes sacrifices, pour offrir un refuge et l’égalité des chances à des millions de personnes déplacées, tout en maintenant la stabilité et la paix au niveau régional et mondial.

En tant que société, nous devons nous engager à assumer notre responsabilité collective d’assister et d’aider les réfugiés, en respectant toujours leur dignité humaine inviolable et en défendant les droits de l’homme, y compris, bien sûr, le droit de demander l’asile. Cela implique non seulement de fournir un endroit sûr, mais aussi que les réfugiés puissent avoir accès à la justice, à une défense juridique et à un minimum de conditions de vie dignes. Par conséquent, la protection des droits humains et fondamentaux des réfugiés doit toujours être une priorité pour la communauté internationale dans son ensemble. Et, bien entendu, les réfugiés doivent être traités avec un respect et une dignité absolus, et toute forme de violence, de haine et de discrimination fondée sur leur lieu d’origine, leur culture, leur appartenance ethnique, leur religion ou leurs croyances doit être poursuivie. Les discours de haine fondés sur des préjugés et des stéréotypes, ou sur des canulars malveillants promus par les idéologies de l’extrême droite raciste et xénophobe, sont à l’origine de la grande majorité des attaques contre les réfugiés dans les sociétés d’accueil.

Il est clair que nous devons améliorer les mécanismes de protection des réfugiés. Le mécanisme établi par la Convention de 1951 relative au statut des réfugiés et le Protocole de 1967 doit être considérablement renforcé et défendu. Ce mécanisme établit un cadre juridique essentiel pour la protection des réfugiés, garantissant le non-refoulement vers des zones de danger, ainsi que le soutien nécessaire pour tenter de reconstruire leur vie à partir de zéro. Ce cadre doit être renforcé à l’heure où des politiques de plus en plus restrictives sont mises en œuvre et où les discours racistes et xénophobes sont de plus en plus présents dans la société. C’est pourquoi nous devons réaffirmer notre engagement à défendre les principes et les valeurs fondamentales de respect, d’égalité et de justice, qui sont en même temps des droits de l’homme indiscutables.

En tout état de cause, nous avons également la responsabilité de coopérer à la résolution des conflits existants afin que les millions de réfugiés qui ont été contraints de quitter leur pays puissent rentrer chez eux et prendre un nouveau départ. La paix et la sécurité sont donc essentielles pour prévenir et résoudre les millions de déplacements forcés d’aujourd’hui. La communauté internationale ne doit donc pas réduire ses efforts, bien au contraire. Elle doit redoubler d’efforts dans l’utilisation de la diplomatie préventive, dans la résolution pacifique des conflits et dans la défense d’une paix durable et soutenable dans le temps. N’oublions pas que ce n’est qu’en s’attaquant aux causes profondes de tout conflit, qui sont toujours liées à des situations d’inégalité, de manque d’opportunités, de corruption systémique et d’absence totale de justice sociale, que nous pourrons véritablement non seulement réduire le nombre de personnes contraintes de fuir leur foyer, mais aussi jeter les bases de leur retour dans des conditions de sécurité, de liberté et d’égalité.

En tout état de cause, il est essentiel que toute solution durable pour les réfugiés implique toujours non seulement un processus de rapatriement, qui doit toujours être volontaire et sûr, mais aussi l’intégration et l’inclusion locales et la réinstallation dans des pays tiers. Mais chacune de ces solutions doit bénéficier d’une préparation suffisante et de ressources adéquates pour être efficace. Ainsi, le rapatriement ne peut être envisagé que s’il existe des garanties de sécurité et des normes acceptables de vie décente dans le pays d’origine. De même, toute mesure d’intégration locale doit pouvoir offrir un mécanisme de vie et de stabilité au sein de la société d’accueil, avec l’égalité des droits et des chances. Enfin, toute tentative de réinstallation doit garantir une solution durable aux réfugiés qui n’ont aucune possibilité de rester dans le premier pays où ils ont demandé l’asile. Par conséquent, cette réinstallation doit toujours disposer des ressources nécessaires pour pouvoir fournir l’assistance nécessaire afin de faciliter l’intégration et l’inclusion dans le pays d’accueil, en garantissant une protection contre toute forme de marginalisation et de risque d’exclusion.

N’oublions pas que derrière chaque réfugié se cache l’histoire d’un être humain dont les espoirs et les rêves ont été détruits. C’est pourquoi nous devons agir rapidement et répondre aux besoins des réfugiés et des personnes déplacées afin d’alléger leur situation précaire. Dans le même temps, nous devons également reconnaître leur résilience et les contributions qu’ils ont apportées à leurs sociétés d’accueil. Mais surtout, nous devons reconnaître leur force et leur détermination à reconstruire leur vie sur les cendres et dans l’adversité.

Nous devons insister sur le fait que nous parlons d’une responsabilité partagée. Cette responsabilité incombe aux gouvernements, aux organisations internationales, aux institutions, aux entreprises et, bien sûr, à la société civile, que ce soit au niveau individuel de chaque personne ou par le biais d’associations et d’organisations non gouvernementales. L’ensemble de la société mondiale peut jouer un rôle, que ce soit simplement en faisant du bénévolat, en donnant des vêtements ou de la nourriture, en envoyant du matériel médical et des médicaments, ou simplement en montrant notre solidarité avec les réfugiés qui vivent et font de leur mieux au sein de notre communauté.

Si jamais nous devions répondre à une question sur la manière dont nous mesurons notre humanité, la réponse serait la manière dont nous traitons les personnes les plus vulnérables. Ainsi, lorsque nous nous engageons dans la défense et le soutien des réfugiés, nous faisons preuve de la compassion, de la compréhension, de la bonté et de l’amour qui découlent du sens de la solidarité qui devrait régir toute société juste, égalitaire, démocratique et avancée. Si la société dans son ensemble travaille ensemble, nous pouvons certainement faire la différence et améliorer la vie de millions de personnes qui ont été forcées de quitter leur maison et leur pays contre leur volonté et qui ne rêvent que d’une chose : retourner chez elles, dans un pays en paix, sans violence, sans faim et sans mort.

Nous sommes confrontés à une crise mondiale des réfugiés sans précédent dans l’histoire et la réponse doit également être mondiale et sans précédent. Travaillons en tant que société unie pour créer un monde où toutes les personnes peuvent vivre en paix, en sécurité et dans le respect absolu de leurs droits les plus fondamentaux et de leur dignité humaine inviolable. Nous sommes capables de construire un monde meilleur pour tous, quelles que soient leurs origines ou les raisons pour lesquelles ils ont été contraints de quitter leur terre natale à la recherche d’une protection et d’un refuge.

Coopérons, aidons les pays d’accueil à protéger les réfugiés et transformons ce défi mondial en une occasion de progresser en tant que société et pour le bien de l’humanité tout entière. Ce faisant, nous contribuons non seulement à améliorer les conditions de vie des réfugiés, mais nous enrichissons également notre propre société, en la rendant plus plurielle, plus diversifiée, plus juste et, surtout, plus solidaire.

Le travail qui reste à accomplir est énorme, mais rien n’est impossible s’il existe une volonté politique suffisante, les ressources nécessaires et si nous faisons preuve d’un engagement inébranlable en faveur de l’égalité, de la liberté et de la justice. Si nous croyons en ces trois mots, nous pouvons y arriver.

Nous sommes confrontés à une situation d’urgence mondiale qui requiert notre solidarité mondiale et il est de notre devoir commun de défendre les plus vulnérables.

Les réfugiés du monde entier méritent un monde d’espoir, un monde de prospérité et de paix.

Espérons une société où chaque personne se sentira accueillie, soutenue et responsabilisée.

Car chacun rêve d’un avenir meilleur.

Alors faisons en sorte que cela se produise.

🇵🇹PORTUGUÊS🇧🇷

UMA EMERGÊNCIA MUNDIAL

(Dia Mundial do Refugiado)

Basta olharmos para as notícias para sabermos que a dor e o sofrimento humanos existem. A instabilidade social, as alterações climáticas ou os conflitos armados no Médio Oriente, na Ucrânia, no Sudão, em Myanmar ou na República Democrática do Congo são exemplos disso.

Atualmente, de acordo com fontes da ONU e de outras organizações internacionais, mais de 120 milhões de pessoas em todo o mundo foram deslocadas à força. Destes, cerca de 44 milhões são refugiados, quase tantos como a população total de países como a Argentina, o Iraque, a Argélia, o Uganda ou a Espanha. Por isso, é quando somos confrontados com uma crise humanitária global que devemos mostrar a nossa compaixão, solidariedade e empatia por aqueles que mais precisam de ajuda.

Não é fácil para ninguém ter de deixar a sua casa e o seu país por causa da fome, da destruição e da morte causadas pela guerra ou pelas alterações climáticas. Por isso, quando falamos de refugiados, temos de falar também da sua resiliência, da sua coragem e da sua capacidade de resistência. Para não falar do apoio que merecem em todas as fases da sua longa, penosa e dramática viagem.

Não há dúvida de que os refugiados precisam da nossa solidariedade. Cada pessoa merece a oportunidade de poder reconstruir a sua vida e de viver com dignidade, longe de qualquer forma de perigo para a sua segurança e bem-estar pessoal e familiar. Por detrás de cada pessoa que foi forçada a fugir da sua casa há uma história de perda, dor e resiliência que não pode ser subestimada. Todos os refugiados tiveram de abandonar à força a sua casa, a sua família, os seus meios de subsistência e a terra onde nasceram. E milhões de pessoas tiveram de o fazer por razões que não lhes são imputáveis e que as colocam em enorme perigo e vulnerabilidade.

Assim que lhes é dada uma oportunidade nas suas sociedades de acolhimento, os migrantes utilizam todo o seu potencial. Mas, para isso, precisam de igualdade de oportunidades, de acesso a uma habitação condigna e, evidentemente, de acesso a recursos públicos, muito especialmente os relacionados com os cuidados médicos e a saúde mental quando se trata de lidar com as consequências da guerra.

A igualdade de acesso a estes recursos não é apenas um direito humano básico, é também algo que beneficia as sociedades de acolhimento. Os refugiados trazem consigo competências, experiência e conhecimentos que podem contribuir enormemente para o desenvolvimento económico, social e cultural da sociedade de acolhimento. Os estudos demonstraram que os refugiados trazem consigo as suas capacidades empresariais, criam empresas e promovem a criação de emprego, tanto para os seus companheiros refugiados como para o resto da população local.

No que diz respeito às crianças e aos jovens refugiados, não há dúvida de que necessitam de ter acesso a uma educação de qualidade para alcançarem todos os seus objectivos e sonhos, aqueles que foram interrompidos quando tiveram de deixar o seu país de origem. É certo que a educação é o instrumento mais poderoso para transformar a vida de qualquer sociedade. Mas para as crianças e jovens refugiados, é também uma oportunidade de recuperar de toda a dor que sofreram e de reconstruir as suas vidas a partir do zero. Através da educação, podem adquirir estas novas competências para poderem participar e progredir na sociedade de acolhimento, enriquecendo-a ao mesmo tempo.

Neste sentido, o acesso a uma educação de qualidade continua a ser um enorme desafio para muitos refugiados que pretendem retomar os estudos e concluir a sua formação, devido a barreiras linguísticas, sociais, jurídicas e económicas. Em muitos casos, estes obstáculos, juntamente com a pesada burocracia, tornam extremamente difícil o acesso dos refugiados a uma educação de qualidade que lhes permita desenvolver todo o seu potencial. Por conseguinte, é essencial que sejam adoptadas políticas inclusivas e programas de apoio para garantir o acesso à educação, de modo a que as crianças e os jovens refugiados tenham a oportunidade de aprender, crescer e desenvolver-se plenamente na sociedade de acolhimento.

No entanto, os países de acolhimento, que na sua maioria tendem a ser países vizinhos com níveis de rendimento médios ou baixos, também precisam de ajuda para assistir os refugiados e integrá-los na sua sociedade e economia nacional. Mas é claro que a responsabilidade de acolher e ajudar os milhões de refugiados no mundo não pode ser da responsabilidade de apenas alguns países. Toda a comunidade internacional deve assumir uma responsabilidade partilhada para prestar o apoio necessário às nações que estão na linha da frente face às crises migratórias e às deslocações forçadas. Este apoio não consiste apenas em recursos financeiros, técnicos ou logísticos, mas exige também políticas activas que contribuam para a inclusão dos refugiados. Assim, os países de acolhimento devem ter o reconhecimento e o apoio unânime da comunidade internacional pela sua generosidade, esforço e solidariedade, uma vez que, apesar dos seus recursos limitados, demonstram capacidade suficiente, não sem enormes sacrifícios, para proporcionar refúgio e igualdade de oportunidades a milhões de pessoas deslocadas, mantendo a estabilidade e a paz a nível regional e global.

Como sociedade, temos de nos comprometer com a nossa responsabilidade colectiva de assistir e ajudar os refugiados, respeitando sempre a sua dignidade humana inviolável e defendendo sempre os direitos humanos, incluindo, evidentemente, o direito de requerer asilo. Isto implica não só proporcionar um lugar seguro, mas também que os refugiados possam ter acesso à justiça, à defesa legal e a um mínimo de condições de vida dignas. Por isso, a proteção dos direitos humanos e fundamentais dos refugiados deve ser sempre uma prioridade para toda a comunidade internacional. E, naturalmente, os refugiados devem ser tratados com absoluto respeito e dignidade, e qualquer tipo de violência, ódio e discriminação com base no seu local de origem, cultura, etnia, religião ou crenças deve ser objeto de ação penal. Os discursos de ódio baseados em preconceitos e estereótipos, ou em boatos maliciosos promovidos pelas ideologias da extrema-direita racista e xenófoba, estão por detrás da grande maioria dos ataques a refugiados nas sociedades de acolhimento.

É evidente que temos de melhorar os mecanismos de proteção dos refugiados. O mecanismo estabelecido com a Convenção de 1951 relativa ao Estatuto dos Refugiados e o Protocolo de 1967 precisa de ser fortemente reforçado e defendido. Este mecanismo estabelece um quadro jurídico que é fundamental para a proteção dos refugiados, garantindo a não repulsão para zonas de perigo, bem como o apoio necessário para tentarem reconstruir as suas vidas a partir do zero. E é necessário reforçá-lo, numa altura em que são implementadas políticas cada vez mais restritivas e em que os discursos racistas e xenófobos estão cada vez mais presentes na sociedade. Por isso, temos de reafirmar o nosso empenhamento na defesa dos princípios e valores fundamentais do respeito, da igualdade e da justiça que, ao mesmo tempo, são também direitos humanos incontestáveis.

Em todo o caso, temos também a responsabilidade de cooperar na resolução dos conflitos existentes para que os milhões de refugiados que foram obrigados a abandonar os seus países possam regressar às suas casas e começar de novo. A paz e a segurança são, portanto, essenciais para prevenir e resolver os milhões de deslocações forçadas actuais. Assim, a comunidade internacional não deve reduzir os seus esforços, antes pelo contrário. Deve redobrar todos os seus esforços no uso da diplomacia preventiva, na resolução pacífica dos conflitos e na defesa de uma paz sustentável e duradoura no tempo. Não esqueçamos que só atacando as causas profundas de qualquer conflito, que estão sempre ligadas a situações de desigualdade, de falta de oportunidades, de corrupção sistémica e de total ausência de justiça social, é que poderemos efetivamente não só reduzir o número de pessoas que são obrigadas a fugir das suas casas, mas também lançar as bases para o seu regresso em condições de segurança, de liberdade e de igualdade.

Em todo o caso, é essencial que qualquer solução duradoura para os refugiados passe sempre não só por um processo de repatriamento, que deve ser sempre voluntário e seguro, mas também pela integração e inclusão locais e pela reinstalação em países terceiros. Mas cada uma destas soluções deve ser objeto de uma preparação suficiente, bem como de recursos adequados para ser eficaz. Assim, o repatriamento só pode ser uma opção quando existem garantias de segurança e padrões aceitáveis de vida decente no país de origem. Do mesmo modo, qualquer medida de integração local deve poder oferecer um mecanismo de vida e de estabilidade na sociedade de acolhimento, com igualdade de direitos e de oportunidades. Por último, qualquer tentativa de reinstalação deve constituir uma garantia de solução duradoura para os refugiados que não têm qualquer possibilidade de permanecer no primeiro país onde pediram asilo. Por conseguinte, esta reinstalação deve dispor sempre dos recursos necessários para poder prestar a assistência necessária para facilitar a integração e a inclusão no país de acolhimento, garantindo a proteção contra qualquer forma de marginalização e risco de exclusão.

Não esqueçamos que por detrás de cada refugiado está a história de vida de um ser humano cujas esperanças e sonhos foram destruídos. Por conseguinte, temos de agir rapidamente e responder às necessidades dos refugiados e das pessoas deslocadas para aliviar a sua situação precária. Ao mesmo tempo, devemos também reconhecer a sua capacidade de resistência e os contributos que deram para as sociedades de acolhimento. Mas, acima de tudo, temos de reconhecer a sua força e determinação para reconstruir as suas vidas a partir das cinzas e perante a adversidade.

Temos de insistir que estamos a falar de uma responsabilidade partilhada. Esta responsabilidade cabe aos governos, às organizações internacionais, às instituições, às empresas e, naturalmente, à sociedade civil, quer a nível individual de cada pessoa, quer através de associações e organizações não governamentais. Toda a sociedade global pode desempenhar o seu papel, seja através de um simples voluntariado, doando roupas ou alimentos, enviando material médico e medicamentos, ou simplesmente mostrando a nossa solidariedade para com os refugiados que vivem e dão o seu melhor no seio da nossa comunidade.

Se alguma vez tivéssemos de responder a uma pergunta sobre como medimos a nossa humanidade, a resposta seria pela forma como tratamos aqueles que são mais vulneráveis. Por isso, quando nos empenhamos na defesa e no apoio aos refugiados, o que estamos a fazer é demonstrar a compaixão, a compreensão, a bondade e o amor que advêm do sentido de solidariedade que deve reger qualquer sociedade justa, igualitária, democrática e avançada. Se toda a sociedade trabalhar em conjunto, podemos certamente fazer a diferença e melhorar a vida de milhões de pessoas que foram forçadas a abandonar as suas casas e países contra a sua vontade e que só sonham com uma coisa: regressar a casa, a uma terra pacífica, livre de violência, fome e morte.

Enfrentamos uma crise global de refugiados sem precedentes na história e a resposta deve ser também global e sem precedentes. Trabalhemos como uma sociedade unida para criar um mundo onde todas as pessoas possam viver em paz, em segurança e com respeito absoluto pelos seus direitos mais básicos e pela sua dignidade humana inviolável. Somos capazes de construir um mundo melhor para todas as pessoas, independentemente da sua origem ou das razões pelas quais foram forçadas a deixar a sua terra natal em busca de proteção e refúgio.

Cooperemos, apoiemos os países de acolhimento na proteção dos refugiados e transformemos este desafio global numa oportunidade para avançarmos como sociedade e em benefício de toda a humanidade. Ao fazê-lo, não só contribuímos para melhorar as condições de vida dos refugiados, como também enriquecemos a nossa própria sociedade, tornando-a mais plural, diversificada, justa e, acima de tudo, mais solidária.

O trabalho que falta fazer é enorme, mas nada é impossível se houver vontade política suficiente, os recursos necessários e se demonstrarmos um empenhamento inabalável na igualdade, na liberdade e na justiça. Se acreditarmos nestas três palavras, somos capazes de o fazer.

Enfrentamos uma emergência mundial que exige a nossa solidariedade global e é nosso dever comum defender os mais vulneráveis.

Os refugiados de todo o mundo merecem um mundo de esperança, um mundo de prosperidade e de paz.

Esperemos por uma sociedade em que cada pessoa se sinta bem-vinda, apoiada e capacitada.

Porque todas as pessoas sonham com um futuro melhor.

Por isso, vamos torná-lo realidade.

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