El 17 de mayo, Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia (en Inglés IDAHOT), es una fecha especialmente señalada para millones de personas en todo el mundo. No en vano, fue precisamente un 17 de mayo de 1990 cuando la Organización Mundial de la Salud eliminó la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales. Hasta ese momento, millones de personas en todo el mundo eran consideradas poco más que “enfermas” que, en el peor de los casos, también recibían la consideración de ser un verdadero peligro social únicamente por ser, sentir y amar de forma diferente.

Afortunadamente, en las últimas décadas esa consideración de las personas LGTBIQ+ ha variado sustancialmente al igual que se han ampliado los niveles de protección hacia las diferentes manifestaciones de las orientaciones sexuales así como con respecto a la identidad y la expresión de género.
Es cierto, a día de hoy hay muchas razones para celebrar este día con optimismo debido a los grandes avances que se han conseguido gracias al esfuerzo y la dedicación de miles de activistas pro derechos humanos y a centenares de miembros de las diferentes comunidades y agrupaciones LGTBIQ en todo el mundo. A modo de ejemplo, en el pasado año las relaciones entre personas del mismo sexo han sido totalmente despedazadas en países tan diferentes como Trinidad y Tobago, India y Angola. Y también otros países con diferentes culturas y mentalidades, con lo Chile, Luxemburgo, Pakistán, Portugal o Uruguay, han introducido en sus legislaciones modificaciones que permiten el cambio de género de las personas transgénero.

Sin duda, son muchas las metas alcanzadas en los últimos años y eso nos permite ser optimistas para seguir trabajando por las metas que aún quedan pendientes en un largo camino todavía por recorrer. Sin embargo, hemos de ser conscientes del enorme peligro al que se enfrentan millones de personas que, todavía en nuestros días, viven bajo el manto del miedo, de la injusticia y de un grave riesgo para su propia vida. No es difícil recordar el caso de Tanzania y, más recientemente, el caso de Brunei que, aunque finalmente dio marcha atrás en su reforma penal que castigaba con la muerte a las relaciones entre personas del mismo sexo, ponen en evidencia la dramática situaciones que millones de personas sufren en diferentes regiones del mundo.

Es cierto, no podemos negarlo. Desgraciadamente, el AMOR, que es el más noble de los sentimientos que el ser humano puede sentir hacia otro ser humano sigue siendo delito en 72 países, llegando a ser castigado con la pena de muerte, ya sea de forma potencial o efectiva, en, al menos, 11 de ellos. En este sentido, las personas transgénero son quienes soportan un mayor riesgo de sufrir discriminación, ataques violentos e, incluso, la pérdida de la propia vida de una forma prácticamente impune para quienes acometen tal acto de barbarie.

Es preciso seguir trabajando en aquellos países en donde las distintas reformas legales han traído distintos niveles de protección, no solo para garantizar su necesaria continuidad y profundización con la finalidad de eliminar toda clase de discriminación en la sociedad sino, también, para evitar cualquier tipo de regresión que acabe destruyendo las conquistas en materia de igualdad y no discriminación hacia la Comunidad LGTBIQ+.
Pero no podemos dejar todo en manos de las organizaciones y activistas. Si realmente queremos legar a las próximas generaciones una sociedad menor, hemos de trabajar en la construcción de una sociedad en donde impere la libertad, la igualdad, la pluralidad, la diversidad y la democracia. Si bien es cierto que el clima social ha evolucionado favorablemente en muchos lugares, a día hoy, hay otros muchos lugares en donde el estigma, la violencia y el riesgo para la vida no solo continuan presentes sino que, desgraciadamente, han aumentado en los últimos años.

A nadie se le escapa el preocupante aumento de las corrientes de pensamiento más autoritarias y, ¿por qué no decirlo?, FASCISTAS que suponen una seria amenaza para la dignidad, de los derechos humanos y los derechos fundamentales de la Comunidad LGTBIQ+ que, bajo el falso pretexto de una moralidad caduca, siempre son los primeros en ver amenazados sus derechos y su pleno reconocimiento como personas integrantes de la sociedad. En este sentido, y claramente relacionados con la violencia y la injusticia social, resultan especialmente dramáticos los casos de discriminación y agresión relacionadas con la orientación sexual, la identidad sexual y la identidad de género a los que habría que añadir aquellas otras circunstancias relacionadas con la clase socioeconómica, la salud sexual y reproductiva, enfermedad y diversidad funcional, e intelectual.

No nos engañemos. No podemos dar por sentado que las conquistas alcanzadas permanecerán por siempre y, que una vez alcanzas, no existe motivo para la reivindicación sino todo lo contrario. Con frecuencia creemos que ese trato igualitario, justo y contra la violencia está plenamente garantizado para cualquier persona en el mundo. Ya hemos visto que no es así, que para millones de personas, la protección de su integridad y de sus derechos está muy lejos de ser garantizadas. Son demasiados los países, un solo país ya es demasiado, en donde persisten leyes antiguad que ejercen una enorme represión o rechazan de lleno la igualdad y el reconocimiento de la dignidad y de los derechos de la Comunidad LGTBQ+.
En estos países, como hasta hace no muchos años sucedía también en el nuestro, ser miembro LGTBIQ+ supone, en la mayoría de los casos, la imposibilidad de poder vivir libremente escondiendo quién se es, cómo se siente y a quién se ame para evitar cualquier gesto de discriminación, rechazo y violencia incluso en el propio entorno familiar. Pero no solo eso, como ya hemos podido comprobar, en muchos países el vivir libremente de acuerdo con los propios sentimientos puede conllevar la pena de prisión y, en los casos más graves, la pena de muerte.

Admito que como ser humano, ciudadano y también como jurista no puedo hacer otra cosa sino rebelarme y trabajar cada día al lado de las, cada vez más, miles de personas que en todo mundo que exigen cambios en las leyes nacionales e internacionales para lograr el pleno reconocimiento y la protección de las personas LGTBIQ+ contra cualquier acto violento, injusto, discriminatorio, abusivo y con absoluta exigencia de cuantas responsabilidades se deriven para sus autores.
A través de la lucha por la dignidad, la libertad y la igualdad se han conseguido todos los grandes avances a lo largo de las últimas décadas. No podemos descuidar la lucha por el mantenimiento de todos aquellos logros y debemos hacerlo teniendo muy presente las dificultades que aún nos esperan en la largo camino que nos queda por recorrer. De ahí la importancia de que, en un día como hoy, 17 de mayo 2019, manifestemos de forma clara y sin fisuras nuestro apoyo hacia toda la Comunidad LGTBIQ+ en cualquier parte de mundo exigiendo al mismo tiempo a todas las Instituciones, así como a toda la Comunidad Internacional, el fin de toda clase de abuso, violencia y discriminación. Pensemos que el camino hacia la Igualdad es una carrera de fondo de la que no podemos quedarnos descolgados y realmente queremos luchar por el respeto, la protección y la justicia social de toda persona sin importar quién sea, cómo sea o a quién ame.
Pero, ¿y qué pasa dentro de las aulas en los distintos centros de enseñanza? En tiempos recientes, mucho se ha hablado sobre sexualidad, orientación e identidad sexual en menores de edad con motivo del famoso autobús de la organización «Hazte Oir” que, recientemente, HA VISTO REVOCADA SU DECLARACIÓN DE UTILIDAD PÚBLICA. En lo que afecta a menores de edad, es incuestionable que estamos hablando de algo tan básico y trascendental como es el libre desarrollo de la personalidad, aspecto reconocido en nuestra Constitución, así como de otros derechos fundamentales de los que es titular toda persona por el mero hecho de serlo y sin que pueda darse ninguna clase de excepción.

En el caso de menores de edad, cada día, y en todo el mundo, miles de niños y niñas, chicos y chicas adolescentes LGTBIQ+ (gais, lesbianas, transexuales e intersexuales) son objeto de un fuerte acoso en su entorno más próximo y por parte de aquellas personas que los consideran inferiores, indignos y un desafío a los estereotipos de género. Con frecuencia, estos menores sufren este acoso no solo en sus centros escolares e institutos sino, también, en su comunidad y, por desgracia, hasta en su propio hogar.
Hablamos de un acoso que puede adoptar múltiples formas y puede ser ejercicio por multitud de personas a través, en primer lugar, del recurso al insulto fácil, pasando por fuerte provocaciones en los que no pocas veces se culpabilidad a la propia víctima de ser el causante de esa provocación y, finalmente, en casos extremos, estas agresiones se manifiestan en agresiones físicas que se llevan a cabo de una forma desmesurada y con una enorme brutalidad y descarnada violencia.

Ante esta situación, son muchos los niños, niñas, chicos y chicas LGTBIQ+ que, como consecuencia de sufrir este abuso de carácter sistemático, están mucho más predispuestos a sufrir problemas de ansiedad, depresión, aislamiento social – lo que conlleva en ocasiones el absentismo escolar e, incluso, abandono de sus estudios – sin olvidar los intentos de autolesión y, en los casos más dramáticos, el recurso al suicidio.
Todo niño, niña, chico y chica, tiene el derecho fundamental a vivir una vida sin violencia y discriminación de ninguna clase motivada por su sexualidad, orientación e identidad sexual. Es vital una concienciación de toda la sociedad, muy especialmente del cuerpo docente de los centros educativos, del entorno social del menor y, por encima de todo y en primer lugar, del entorno familiar del menor.
Debemos pensar que el primer eslabón en la educación y desarrollo social del menor es su propio entorno familiar. Sin esa educación en el seno familiar, que debe estar basada en el respeto a la diversidad, poco podrá hacerse más allá de las posibles medidas penales o de protección al efecto y seguirá habiendo menores víctimas inocentes de una situación en la que, por el mero hecho de su orientación e identidad sexual, son discriminados y sufren una continua violencia por parte de sus compañeros y compañeras en sus centros educativos.
Quiero terminar estas líneas haciendo un llamamiento general a toda persona que pueda estar leyendo esto. Especialmente, quiero dirigirme a madre y padres, al cuerpo docente de los centros de enseñanza y, por supuesto, a todas las Instituciones y Gobiernos para que, a través de medidas de sensibilización y visibilidad se eduque en el respeto hacia la diversidad y se proteja a todos los menores víctimas de acoso salvaguardándolos de una vida llena de sufrimiento, violencia y discriminación solo por el mero hecho de ser, sentirse o amar de forma diferente.

Por último, solo me queda pediros a todas y a todos que compartáis esto entre todos vuestros amigos y entre todos vuestros contactos. ¿Por qué? Porque cada acción, por pequeña que sea, cuenta y mucho. Y si todos y todas llevamos a cabo esa pequeña acción, sin duda, MARCAREMOS LA DIFERENCIA.

¡APRENDAMOS LA LECCIÓN! ¡EDUQUEMOS EN IGUALDAD, EN CONVIVENCIA Y EN EL RESPETO POR LA DIVERSIDAD!