Ahora que, un año más, nos encontramos en estas fechas que, para muchos de vosotros y de vosotras, suponen el mejor momento para hacer balance de todo este año, quiero enviaros este mensaje y compartir con todos y todas mis pensamientos cuando estamos cerca de celebrar la Nochebuena al lado de nuestros seres queridos.
La verdad es que los últimos años han sido especialmente complicados para mí en muchos sentidos. Las largas estancias en las fríos hospitales y las duras pérdidas familiares hacen que, con el paso de los años, nos veamos abocados a pensar que estas fechas tienen un significado muy distinto al que solemos estar acostumbrados. No obstante, a pesar de las enormes dificultades no he dejado de sentir el sentir el amor, el afecto y el cariño de todas y de todos. Por eso quiero devolveros un poco de ese afecto, de ese amor, de ese cariño que, en ocasiones especialmente duras, he sentido por vuestra parte.
Es cierto, esta no será una Navidad cualquiera. Ninguna Navidad es igual a la anterior, a la de hace 5 años o a aquella que aún perdura en los recuerdos de la infancia. Y es que, con el paso de los años y de las vivencias de cada día, son muchos los sentimientos encontrados que fluyen desde lo más profundo del corazón. Sentimientos que, sin duda, necesitamos compartir de forma imperiosa con aquellas personas que nos son cercanas.
A lo largo de este último año que acaba en unos pocos días, todas y todos hemos podido superar los retos que la vida nos ha puesto en el camino. Quizá sea ese el secreto, quizá el secreto no sea pedir fuerzas a la Divina Providencia o a las Fuerzas del Universo, sino pedir nuevos retos que, al superarlos, nos hagan más fuertes cada día. Aún así, hay heridas que todos y todas sabemos que nunca cicatrizarán, como lo es la pérdida de un ser querido y con la que únicamente podemos aprender a vivir con ello hasta que, algún día, si es que existe esa posibilidad, podamos fundirnos de nuevo en un abrazo que, esta vez sí, dure eternamente.
Quiero que penséis que, a pesar de la distancia que nos separa, nadie está solo totalmente y que, de alguna manera, aunque podamos estar mucho tiempo sin hablar entre nosotros o sin que nuestras miradas se crucen, siempre estaréis en mis pensamientos, aunque sea de manera fugaz, desde el cariño y el afecto, y de la misma manera en la yo también espero estar, aunque sea fugazmente, en vuestros pensamientos si es que he logrado ser merecedor de ello.
Pasados los duros trances, es momento de retomar una vez más las riendas de nuestra vida vida para seguir caminando y afrontando las dificultades del futuro. Todos sabemos que no será fácil, que habrá montañas que difícilmente podamos escalar al principio pero también sé que todas y todos seremos capaces de salir adelante y de superar todo aquello que se cierna sobre nosotros, consiguiendo continuar hacia adelante, paso a paso, y construir algo nuevo y mejor, poco a poco, paso a paso, ladrillo a ladrillo y piedra a piedra.
A lo largo de toda nuestra vida, muchas personas habrán pasando por nuestras vidas en diferentes momentos. Muchas de ellas siempre estarán a nuestro lado, otras decidirán apartarse por algún motivo u otro sin que nadie les pida o espere su marcha, otras regresarán a nuestro lado sin que lo esperemos, quizá en el momento justo en el que las necesitemos, y otras, desgraciadamente, se marcharan para no volver pero que, al mismo tiempo, seguirán estando y formando parte de nosotros y de nosotras, seguirán siempre alegres en nuestros recuerdos y su sonrisa siempre brillará en nuestros corazones.
En esta noche, celebramos la llegada de aquel niño, hijo de Dios, nacido para traer la esperanza, la redención y la luz para toda la Humanidad. Un niño que, al igual que su familia, y como miles de niños y niñas en todo el mundo en la actualidad, se convirtió en un refugiado cuando apenas acababa de venir al mundo (Mateo 2:13). Esta noche, nos reunimos todas y todos frente a una mesa llena de ricos plantos, para conmemorar el nacimiento de un hombre que cambió nuestra manera de amar a las personas que está a nuestro lado. En el Judaísmo se le venera como un ejemplo y modelo a seguir bajo el nombre de יְהוֹשֻׁעַ, Yehošuaʕ, o יֵשׁוּעַ, Yešuaʕ; en el Islam se conoce y venera como عيسى ʿĪsā o Isa; y en el Cristianismo, se le conoce bajo el nombre de Jesús. Sea como fuere, Él fue un hombre que, a pesar de todo aquello que rodea su figura, lo más importante para toda aquella persona que conoce su figura es, sin duda alguna, que entregó su vida por nosotros y nos dejó el mayor mensaje de toda la historia de la Humanidad. Quizá con el paso de los siglos, su mensaje haya podido quedar algo difuminado pero, aunque no lo creas, si lo pensamos un poco, podemos entenderlo de una manera muy fácil. Y es que el mensaje es este; TE AMO A TI POR EL MERO HECHO DE QUE ERES TÚ Y SIN IMPORTAR NADA MÁS.

Por esa razón, en esta noche en la que todas y todos nos reunimos con nuestros seres queridos, quiero que pensemos que, cada día, miles de familias se ven obligadas a separarse o a huir, como lo hicieron José, María y el pequeño Jesús, de lo que habría sido una muerte segura de permanecer en su hogar; que hay otras muchas familias que siguen rotas por no aceptar algo tan básico como que TODOS LOS SERES HUMANOS NACEMOS LIBRES E IGUALES EN DIGNIDAD Y DERECHOS; que hay otras que han rechazando a sus hermanos y hermanas, a sus hijas e hijos simplemente por ser, sentir o amar como puede hacerlo cualquier otra persona; que hay miles de personas que están inmersas en la soledad esperando oír la voz de quienes hace años les decían a todas horas “te quiero”; que hay personas que, a duras penas, conseguirán zafarse del hambre y reguardarse del frío de la noche; y que hay personas que llevan años gritando en silencio por un simple abrazo de consuelo.
Sin duda, este es el verdadero significado de la Navidad y, en verdad, está muy lejos de todo aquello que nos rodea o pretenden hacernos creer. Por eso, esta noche, todas y todos, hemos de nos sentimos partícipes de ese mensaje. No importan nuestros orígenes, no importa nuestra forma de pensar, no importa a quién amemos, no importan nuestras diferencias y nuestros enfados del pasado, no importa nuestra fortuna, no importan nuestros problemas, no importan nuestros temores, no importan nuestros méritos, no importan nuestras virtudes y tampoco importan nuestros defectos ni nuestras virtudes. El mensaje sigue siendo el mismo para todas y para todos. EL MENSAJE SIGUE AHÍ, SIEMPRE HA ESTADO AHÍ. Nunca lo olvidéis. Por favor, tengámoslo presente, no solo ahora, sino también durante todo el año, durante cada día de nuestras vidas. Quizá, de esa manera, el mundo vuelva tomar de nuevo el camino del Amor, de la Paz y de la Esperanza.
Por mi parte, ya solo me queda pediros disculpas si a lo largo de este año os he fallado alguna vez sin que, por supuesto, esa fuera mi intención y daros las gracias por haberme permitido compartir con todas y todos estas palabras que, así os lo aseguro, nacen desde lo más profundo del interior. Sé que quizá no signifiquen mucho pero, de seguro, es todo cuanto tengo y, por eso, espero que las recibáis con una sonrisa y con un abrazo que os mando acompañados de todo mi cariño, de todo mi afecto, de toda mi gratitud y, por supuesto, de todo mi amor.
Esto es lo que quería compartir con todas y todos y que, por supuesto, lo acompaño de mis siete deseos que, al menos así lo espero, os acompañen hoy, mañana y siempre:
Dignidad, Prosperidad, Felicidad, Paz, Amor, Salud y Suerte.
¡FELICES FIESTAS Y FELIZ AÑO NUEVO 2020!
¡FELIZ HANUKKAH!
