Rwanda: 30 años después

(Escrito en 🇪🇸🇲🇽– Written in 🇬🇧🇺🇸– Scritto in 🇮🇹🇸🇲– Rédigé en 🇫🇷🇨🇩– Escrito em 🇵🇹🇧🇷)

🇪🇸ESPAÑOL🇲🇽

(Día Internacional de Reflexión sobre el Genocidio de 1994 contra los Tutsis en Ruanda)

Hace justo treinta años, el mundo presenció conmocionado uno de los capítulos más oscuros de la historia reciente de la humanidad: el genocidio de Rwanda. En 1994, en un período de apenas cien días desde el 7 de abril hasta el 15 de julio, casi un millón de personas, en su mayoría de la etnia tutsi pero también hutus moderados, fueron brutalmente asesinadas en un abominable acto de una violencia sin precedentes. Este año, cuando se cumple el 30 aniversario de aquella tragedia, es esencial que recordemos los horrores del pasado para evitar que vuelvan a repetirse en el futuro.

El genocidio de Rwanda hunde sus raíces en la división étnica entre tutsis y hutus a la que hay que añadir las fuertes tensiones políticas que se remontan a la época colonial bajo dominio belga. Durante ese periodo, la discriminación y la división existente de forma recíproca entre ambas etnias fue el caldo de cultivo lo horror que sucedió décadas más tarde tras la independencia del país en 1962. La rivalidad y los actos de confrontación entre ambas etnias siguieron muy presentes y esta situación era aprovechada por los líderes políticos que utilizaron estas diferencias para mantenerse en el poder aumentando aún más tensión en el país.

El desencadenante final de aquel acto de barbarie fue el asesinato del presidente hutu, Juvenal Habyarimana, el 6 de abril de 1994. El avión en el que viajaba el presidente fue derribado por un misil cuando se disponía a aterrizar en el aeropuerto de Kigali, la capital del país. Junto con el presidente, también murieron otras 12 personas que viajaban en el avión. Si bien es cierto que los responsables del magnicidio nunca fueron identificados de forma oficial, el gobierno hutu, junto con las milicias extremistas, aprovecharon la situación para iniciar una campaña salvaje y generalizada promoviendo la violencia absoluta en contra la población de etnia tutsi. En las emisoras de radio los mensajes difundidos llamaban al exterminio de los tutsis en una ola de violencia descontrolada. Familias enteras se unieron para atacar a otras familias, quienes eran amigos desde hacía años se volvieron enemigos y el manto de la violencia envolvió a todo un país. La única ley que imperaba era la ley del odio en su máxima expresión.

En apenas 70 días, entre 800.000 y 1 millón de personas fueron salvajemente asesinadas. Millones personas fueron desplazadas de forma forzada o huyeron de sus hogares con destino a Tanzania, Burundi, Uganda y Zaire -anterior nombre de la República Democrática del Congo- para evitar ser víctimas de aquella atrocidad. Mujeres y niñas eran sistemáticamente violadas de manera masiva y fueron utilizadas como armas de guerra para extender el terror entre la población tutsi. Se calcula que alrededor de 500.000 mujeres y niñas fueron violadas durante aquellos meses. Las secuelas, tanto físicas como psicológicas y emocionales, de todo aquel horror aún siguen muy presentes en la población de toda Rwanda. El genocidio sobre la población de etnia tutsi dejó una profunda herida cuya cicatriz que, muy probablemente, jamás podrá borrarse. 

Sin duda, uno de los factores adicionales que hizo que la tragedia fuera de tal magnitud, fue la falta de una respuesta por parte de la comunidad internacional que, una vez más, no supo actuar a tiempo. Aunque eran evidentes las señales de un desencadenamiento total y generalizado de la violencia, las Naciones Unidas, con Kofi Annan como Secretario General en aquellos años, junto los líderes mundiales no tomaron medidas de urgencia que podrían haber evitado el derramamiento que sangre. La misión de paz, UNAMIR, apenas tenía el equipamiento necesario y no recibió autorización para poder llevar a cabo ninguna forma de intervención, lo que, al final, supuso una retirada de las tropas en los momentos más críticos durante las masacres contra la población tutsi. Esa falta de acción será para siempre una mancha de sangre para toda la comunidad internacional que más será olvidada. 

Después del horror, el país tuvo que enfrentarse al enorme desafío de reconstruir todo desde las cenizas que cubrían una tierra bañada en sangre. Aun así, aunque los maltrechos hogares pudieran reconstruirse, lo verdaderamente difícil serían empezar a construir puentes para reconciliar a toda una nación. Tanto a nivel nacional como internacional, se crearon tribunales especiales para que los responsables de toda aquella barbarie respondieran ante la justicia que demandaban los millones víctimas. Con gran esfuerzo, se pusieron en marcha programas de reconciliación para nacional para intentar sanar las profundas heridas y superar las divisiones que parecían insalvables. La finalidad era construir un futuro de convivencia pacífica entre ambas etnias. El proceso ha sido largo y doloroso, pero, gracias a la valentía y a la resiliencia de quienes sobrevivieron al horror, a su determinación por conseguir vivir en un mundo en paz y a su capacidad de perdonar lo que, sin duda, parece imposible de perdonar, Rwanda ha podido reconstruirse y reconciliarse consigo. Y es que, al final, cuando realmente existe la voluntad suficiente para ello, la luz y la esperanza en un futuro mejor siempre se abren camino entre el horror y la oscuridad.

El genocidio de Rwanda nunca podrá ni deberá ser olvidado jamás. Debemos tomarlo como ejemplo de la total destrucción que provoca el odio más irracional y la fría indiferencia de quienes, pudiéndolo hacer, no actúan para evitarlo. Pero también podemos sacar valiosas lecciones acerca de la importancia trabajar siempre por la prevención de los conflictos, de trabajar siempre en favor de la paz, por la protección de los derechos humanos, en la defensa de la dignidad humana inviolable de toda persona y, muy especialmente, de quienes son más vulnerables e inocentes ante el horror y la barbarie. 

Hoy recordamos honramos la memoria de las víctimas. Su historia debe servirnos para conseguir que nunca más vuelva a suceder en cualquier lugar mundo. Los horrores del pasado no pueden ser olvidados jamás. 

Ahora que se cumplen treinta años de aquel horror que nunca debió de suceder, hemos de ser capaces de aprender de los errores para seguir trabajando por un mundo más libre, justo, igualitario y compasivo. 

Miremos al futuro con esperanza y construyamos un mundo donde la dignidad de toda persona sea siempre protegida y respetada. 

Porque la paz y la convivencia han de vencer. 

La luz siempre vence a la oscuridad.

Siempre y en todas partes. 

Nunca lo olvidemos.

🇬🇧ENGLISH🇺🇸

RWANDA: 30 YEARS LATER

(International Day of Reflection on the 1994 Genocide Against the Tutsi in Rwanda)

Just thirty years ago, the world was shocked to witness one of the darkest chapters in recent human history: the Rwandan genocide. In 1994, in a period of just one hundred days from 7 April to 15 July, almost one million people, mostly ethnic Tutsis but also moderate Hutus, were brutally murdered in an abhorrent act of unprecedented violence. This year, as we mark the 30th anniversary of that tragedy, it is essential that we remember the horrors of the past in order to prevent a repetition in the future.

The Rwandan genocide is rooted in the ethnic division between Tutsis and Hutus, compounded by strong political tensions dating back to the colonial era under Belgian rule. During that period, the discrimination and reciprocal division between the two ethnic groups was the breeding ground for the horror that followed decades later after the country’s independence in 1962. Rivalry and acts of confrontation between the two ethnic groups remained rife, and this situation was exploited by political leaders who used these differences to stay in power and further increase tension in the country.

The final trigger for this barbaric act was the assassination of the Hutu president, Juvenal Habyarimana, on 6 April 1994. The plane in which the president was travelling was shot down by a missile as it was about to land at the airport in Kigali, the country’s capital. Along with the president, 12 other people on the plane were also killed. While the perpetrators of the assassination were never officially identified, the Hutu government, together with extremist militias, took advantage of the situation to launch a savage and widespread campaign promoting outright violence against the ethnic Tutsi population. Radio stations broadcast messages calling for the extermination of Tutsis in a wave of uncontrolled violence. Entire families joined together to attack other families, long-time friends became enemies, and a blanket of violence enveloped an entire country. The only law that prevailed was the law of hatred at its most extreme.

In just 70 days, between 800,000 and 1 million people were savagely killed. Millions were forcibly displaced or fled their homes to Tanzania, Burundi, Uganda and Zaire – the former name of the Democratic Republic of Congo – to avoid falling victim to the atrocity. Women and girls were systematically raped on a massive scale and used as weapons of war to spread terror among the Tutsi population. It is estimated that around 500,000 women and girls were raped during those months. The physical, psychological and emotional aftermath of the horror is still very much with the people of Rwanda. The genocide of the ethnic Tutsi population left a deep wound whose scars will most likely never be erased.

Undoubtedly, one of the additional factors that made the tragedy of such magnitude was the lack of a response from the international community which, once again, failed to act in time. Although the signs of a full-scale and widespread outbreak of violence were evident, the United Nations, with Kofi Annan as Secretary-General at the time, together with world leaders failed to take emergency measures that could have prevented the bloodshed. The peacekeeping mission, UNAMIR, was barely equipped and was not authorised to carry out any form of intervention, which, in the end, meant a withdrawal of troops at the most critical moments during the massacres against the Tutsi population. This lack of action will forever be a stain of blood on the entire international community and will never be forgotten.

In the aftermath of the horror, the country faced the enormous challenge of rebuilding from the ashes that covered a blood-soaked land. Yet, while battered homes could be rebuilt, the real challenge would be to start building bridges to reconcile an entire nation. Both nationally and internationally, special tribunals were set up to bring those responsible for the barbarity to the justice demanded by the millions of victims. With great effort, national reconciliation programmes were put in place to try to heal the deep wounds and overcome the divisions that seemed unbridgeable. The aim was to build a future of peaceful coexistence between the two ethnic groups. The process has been long and painful, but thanks to the courage and resilience of those who survived the horror, their determination to live in a peaceful world and their ability to forgive what seems impossible to forgive, Rwanda has been able to rebuild and reconcile with itself. For in the end, when there is the will to do so, light and hope for a better future always find their way through the horror and darkness.

The Rwandan genocide can and must never be forgotten. We should take it as an example of the utter destruction wrought by the most irrational hatred and the cold indifference of those who, when they could, fail to act to prevent it. But we can also draw valuable lessons about the importance of always working for conflict prevention, of always working for peace, for the protection of human rights, for the defence of the inviolable human dignity of every person and, most especially, of those who are most vulnerable and innocent in the face of horror and barbarism.

Today we honour the memory of the victims. Their story must serve to ensure that it never happens again anywhere in the world. The horrors of the past can never be forgotten.

Thirty years after that horror that should never have happened, we must be able to learn from our mistakes in order to continue working for a freer, fairer, more equal and more compassionate world.

Let us look to the future with hope and build a world where the dignity of every person is always protected and respected.

Because peace and coexistence must prevail.

Light always wins over darkness.

Always and everywhere.

Let us never forget that.

🇮🇹ITALIANO🇸🇲

RUANDA: 30 ANNI DOPPO

(Giornata Internazionale di Riflessione sul Genocidio del 1994 contro i Tutsi in Ruanda)

Solo trent’anni fa, il mondo fu sconvolto da uno dei capitoli più oscuri della storia umana recente: il genocidio del Ruanda. Nel 1994, in un periodo di soli cento giorni, dal 7 aprile al 15 luglio, quasi un milione di persone, per lo più di etnia tutsi ma anche hutu moderati, furono brutalmente uccise in un atto ripugnante di violenza inaudita. Quest’anno, in occasione del 30° anniversario di quella tragedia, è essenziale ricordare gli orrori del passato per evitare che si ripetano in futuro.

Il genocidio ruandese affonda le sue radici nella divisione etnica tra tutsi e hutu, aggravata da forti tensioni politiche che risalgono all’epoca coloniale sotto il dominio belga. In quel periodo, la discriminazione e la divisione reciproca tra i due gruppi etnici è stata il terreno fertile per l’orrore che è seguito decenni dopo l’indipendenza del Paese nel 1962. La rivalità e gli atti di scontro tra i due gruppi etnici sono rimasti diffusi e questa situazione è stata sfruttata dai leader politici che hanno usato queste differenze per rimanere al potere e aumentare ulteriormente la tensione nel Paese.

La causa finale di questo atto barbarico fu l’assassinio del presidente hutu, Juvenal Habyarimana, il 6 aprile 1994. L’aereo su cui viaggiava il presidente fu abbattuto da un missile mentre stava per atterrare all’aeroporto di Kigali, la capitale del Paese. Oltre al presidente, furono uccise anche altre 12 persone che si trovavano sull’aereo. Sebbene gli autori dell’assassinio non siano mai stati identificati ufficialmente, il governo hutu, insieme alle milizie estremiste, ha approfittato della situazione per lanciare una campagna selvaggia e diffusa che promuove la violenza totale contro la popolazione di etnia tutsi. Le stazioni radio trasmettono messaggi che invitano allo sterminio dei Tutsi in un’ondata di violenza incontrollata. Intere famiglie si unirono per attaccare altre famiglie, amici di lunga data divennero nemici e una coltre di violenza avvolse un intero Paese. L’unica legge che prevaleva era la legge dell’odio al suo estremo.

In soli 70 giorni furono uccise selvaggiamente tra 800.000 e 1 milione di persone. Milioni di persone sono state sfollate con la forza o sono fuggite dalle loro case in Tanzania, Burundi, Uganda e Zaire – l’ex nome della Repubblica Democratica del Congo – per evitare di cadere vittime dell’atrocità. Donne e ragazze sono state sistematicamente violentate su larga scala e utilizzate come armi da guerra per diffondere il terrore tra la popolazione tutsi. Si stima che in quei mesi siano state violentate circa 500.000 donne e ragazze. Le conseguenze fisiche, psicologiche ed emotive dell’orrore sono ancora molto presenti nella popolazione ruandese. Il genocidio della popolazione di etnia tutsi ha lasciato una ferita profonda le cui cicatrici molto probabilmente non saranno mai cancellate.

Senza dubbio, uno dei fattori aggiuntivi che hanno reso la tragedia di tale portata è stata la mancanza di una risposta da parte della comunità internazionale che, ancora una volta, non ha agito in tempo. Nonostante fossero evidenti i segni di un’esplosione di violenza su larga scala e diffusa, le Nazioni Unite, con Kofi Annan come Segretario generale all’epoca, insieme ai leader mondiali non hanno adottato misure di emergenza che avrebbero potuto evitare lo spargimento di sangue. La missione di mantenimento della pace, l’UNAMIR, era a malapena equipaggiata e non era autorizzata a svolgere alcuna forma di intervento, il che, alla fine, significò il ritiro delle truppe nei momenti più critici dei massacri contro la popolazione tutsi. Questa mancanza di azione sarà per sempre una macchia di sangue sull’intera comunità internazionale e non sarà mai dimenticata.

All’indomani dell’orrore, il Paese ha dovuto affrontare l’enorme sfida di ricostruire dalle ceneri che ricoprivano una terra intrisa di sangue. Tuttavia, mentre le case martoriate potevano essere ricostruite, la vera sfida sarebbe stata quella di iniziare a costruire ponti per riconciliare un’intera nazione. Sia a livello nazionale che internazionale, sono stati istituiti tribunali speciali per consegnare i responsabili della barbarie alla giustizia richiesta da milioni di vittime. Con grande sforzo, sono stati avviati programmi di riconciliazione nazionale per cercare di sanare le profonde ferite e superare le divisioni che sembravano incolmabili. L’obiettivo era quello di costruire un futuro di coesistenza pacifica tra i due gruppi etnici. Il processo è stato lungo e doloroso, ma grazie al coraggio e alla resilienza di coloro che sono sopravvissuti all’orrore, alla loro determinazione a vivere in un mondo di pace e alla loro capacità di perdonare ciò che sembra impossibile perdonare, il Ruanda è stato in grado di ricostruire e riconciliarsi con se stesso. Perché alla fine, quando c’è la volontà di farlo, la luce e la speranza di un futuro migliore trovano sempre la strada attraverso l’orrore e l’oscurità.

Il genocidio del Ruanda non può e non deve mai essere dimenticato. Dovremmo prenderlo come esempio della distruzione totale causata dall’odio più irrazionale e dalla fredda indifferenza di coloro che, quando potevano, non hanno agito per impedirlo. Ma possiamo anche trarre lezioni preziose sull’importanza di lavorare sempre per la prevenzione dei conflitti, di lavorare sempre per la pace, per la protezione dei diritti umani, per la difesa dell’inviolabile dignità umana di ogni persona e, soprattutto, di coloro che sono più vulnerabili e innocenti di fronte all’orrore e alla barbarie.

Oggi onoriamo la memoria delle vittime. La loro storia deve servire a garantire che non si ripeta mai più in nessuna parte del mondo. Gli orrori del passato non possono essere dimenticati.

A trent’anni da quell’orrore che non sarebbe mai dovuto accadere, dobbiamo essere in grado di imparare dagli errori per continuare a lavorare per un mondo più libero, più giusto, più equo e più compassionevole.

Guardiamo al futuro con speranza e costruiamo un mondo in cui la dignità di ogni persona sia sempre protetta e rispettata.

Perché la pace e la convivenza devono prevalere.

La luce vince sempre sulle tenebre.

Sempre e ovunque.

Non dimentichiamolo mai.

🇫🇷FRANÇAIS🇨🇩

RWANDA : 30 ANS APRÈS

(Journée internationale de réflexion sur le génocide des Tutsi au Rwanda en 1994)

Il y a tout juste trente ans, le monde a été choqué par l’un des chapitres les plus sombres de l’histoire récente de l’humanité : le génocide rwandais. En 1994, en l’espace de cent jours seulement, du 7 avril au 15 juillet, près d’un million de personnes, principalement des Tutsis mais aussi des Hutus modérés, ont été brutalement assassinées dans un acte odieux d’une violence sans précédent. Cette année, alors que nous célébrons le 30e anniversaire de cette tragédie, il est essentiel que nous nous souvenions des horreurs du passé afin d’éviter qu’elles ne se répètent à l’avenir.

Le génocide rwandais trouve son origine dans la division ethnique entre Tutsis et Hutus, aggravée par de fortes tensions politiques remontant à l’ère coloniale sous la domination belge. Pendant cette période, la discrimination et la division réciproque entre les deux groupes ethniques ont été le terreau de l’horreur qui a suivi des décennies plus tard, après l’indépendance du pays en 1962. La rivalité et les actes de confrontation entre les deux groupes ethniques sont restés monnaie courante, et cette situation a été exploitée par les dirigeants politiques qui ont utilisé ces différences pour se maintenir au pouvoir et accroître encore la tension dans le pays.

Le dernier élément déclencheur de cet acte barbare a été l’assassinat du président hutu, Juvénal Habyarimana, le 6 avril 1994. L’avion dans lequel se trouvait le président a été abattu par un missile alors qu’il s’apprêtait à atterrir à l’aéroport de Kigali, la capitale du pays. Outre le président, 12 autres personnes à bord de l’avion ont également été tuées. Bien que les auteurs de l’assassinat n’aient jamais été officiellement identifiés, le gouvernement hutu, ainsi que des milices extrémistes, ont profité de la situation pour lancer une campagne sauvage et généralisée de promotion de la violence pure et simple à l’encontre de la population d’origine tutsie. Les stations de radio ont diffusé des messages appelant à l’extermination des Tutsis dans une vague de violence incontrôlée. Des familles entières se sont unies pour attaquer d’autres familles, des amis de longue date sont devenus des ennemis, et une chape de violence a enveloppé tout un pays. La seule loi qui prévalait était la loi de la haine à son paroxysme.

En 70 jours seulement, entre 800 000 et 1 million de personnes ont été sauvagement tuées. Des millions de personnes ont été déplacées de force ou ont fui leur domicile vers la Tanzanie, le Burundi, l’Ouganda et le Zaïre – l’ancien nom de la République démocratique du Congo – pour éviter d’être victimes de l’atrocité. Les femmes et les jeunes filles ont été systématiquement violées à grande échelle et utilisées comme armes de guerre pour semer la terreur au sein de la population tutsie. On estime qu’environ 500 000 femmes et filles ont été violées au cours de ces mois. Les séquelles physiques, psychologiques et émotionnelles de cette horreur sont encore très présentes chez les Rwandais. Le génocide de l’ethnie Tutsi a laissé une blessure profonde dont les cicatrices ne seront probablement jamais effacées.

Il ne fait aucun doute que l’un des facteurs supplémentaires ayant contribué à l’ampleur de la tragédie a été l’absence de réaction de la part de la communauté internationale qui, une fois de plus, n’a pas su agir à temps. Bien que les signes d’une explosion de violence généralisée aient été évidents, les Nations unies, avec Kofi Annan comme secrétaire général à l’époque, et les dirigeants du monde entier n’ont pas pris les mesures d’urgence qui auraient pu empêcher l’effusion de sang. La mission de maintien de la paix, la MINUAR, était à peine équipée et n’était pas autorisée à mener une quelconque forme d’intervention, ce qui, en fin de compte, s’est traduit par un retrait des troupes aux moments les plus critiques des massacres perpétrés contre la population tutsie. Cette inaction restera à jamais une tache de sang sur l’ensemble de la communauté internationale et ne sera jamais oubliée.

Au lendemain de l’horreur, le pays s’est trouvé confronté à l’énorme défi de reconstruire à partir des cendres qui recouvraient une terre gorgée de sang. Pourtant, si les maisons meurtries pouvaient être reconstruites, le véritable défi consistait à commencer à jeter des ponts pour réconcilier une nation entière. Tant au niveau national qu’international, des tribunaux spéciaux ont été mis en place pour traduire les responsables de la barbarie en justice, comme l’exigeaient les millions de victimes. Avec beaucoup d’efforts, des programmes de réconciliation nationale ont été mis en place pour tenter de guérir les blessures profondes et de surmonter les divisions qui semblaient insurmontables. L’objectif était de construire un avenir de coexistence pacifique entre les deux groupes ethniques. Le processus a été long et douloureux, mais grâce au courage et à la résilience de ceux qui ont survécu à l’horreur, à leur détermination à vivre dans un monde pacifique et à leur capacité à pardonner ce qui semble impossible à pardonner, le Rwanda a pu se reconstruire et se réconcilier avec lui-même. Car finalement, quand la volonté est là, la lumière et l’espoir d’un avenir meilleur se frayent toujours un chemin à travers l’horreur et les ténèbres.

Le génocide rwandais ne peut et ne doit jamais être oublié. Nous devons le considérer comme un exemple de la destruction totale provoquée par la haine la plus irrationnelle et la froide indifférence de ceux qui, lorsqu’ils le pouvaient, n’ont pas agi pour l’empêcher. Mais nous pouvons aussi tirer des leçons précieuses sur l’importance de toujours travailler à la prévention des conflits, de toujours travailler à la paix, à la protection des droits de l’homme, à la défense de la dignité humaine inviolable de chaque personne et, plus particulièrement, de ceux qui sont les plus vulnérables et innocents face à l’horreur et à la barbarie.

Aujourd’hui, nous honorons la mémoire des victimes. Leur histoire doit servir à garantir que cela ne se reproduise plus jamais, où que ce soit dans le monde. Les horreurs du passé ne peuvent jamais être oubliées.

Trente ans après cette horreur qui n’aurait jamais dû se produire, nous devons être capables de tirer les leçons des erreurs commises pour continuer à œuvrer en faveur d’un monde plus libre, plus équitable, plus juste, plus égalitaire et plus compatissant.

Regardons l’avenir avec espoir et construisons un monde où la dignité de chaque personne est toujours protégée et respectée.

Parce que la paix et la coexistence doivent prévaloir.

La lumière l’emporte toujours sur les ténèbres.

Toujours et partout.

Ne l’oublions jamais.

🇵🇹PORTUGUÊS🇧🇷

RUANDA: 30 ANOS DEPOIS

(Dia Internacional de Reflexão sobre o Genocídio contra os Tutsis no Ruanda)

Há apenas trinta anos, o mundo ficou chocado ao testemunhar um dos capítulos mais negros da história recente da humanidade: o genocídio do Ruanda. Em 1994, num período de apenas cem dias, de 7 de abril a 15 de julho, quase um milhão de pessoas, na sua maioria de etnia tutsi, mas também hutus moderados, foram brutalmente assassinadas num ato abominável de violência sem precedentes. Este ano, ao assinalarmos o 30º aniversário dessa tragédia, é essencial que recordemos os horrores do passado, a fim de evitar que se repitam no futuro.

O genocídio do Ruanda tem as suas raízes na divisão étnica entre Tutsis e Hutus, agravada por fortes tensões políticas que remontam à era colonial sob o domínio belga. Durante esse período, a discriminação e a divisão recíproca entre os dois grupos étnicos foi o terreno fértil para o horror que se seguiu décadas mais tarde, após a independência do país em 1962. A rivalidade e os actos de confrontação entre os dois grupos étnicos continuaram a ser frequentes e esta situação foi explorada por dirigentes políticos que utilizaram estas diferenças para se manterem no poder e aumentarem ainda mais a tensão no país.

O último estopim para este ato bárbaro foi o assassinato do presidente hutu, Juvenal Habyarimana, em 6 de abril de 1994. O avião em que viajava o presidente foi abatido por um míssil quando estava prestes a aterrar no aeroporto de Kigali, a capital do país. Para além do Presidente, foram mortas outras 12 pessoas que se encontravam no avião. Embora os autores do assassínio nunca tenham sido oficialmente identificados, o governo hutu, juntamente com milícias extremistas, aproveitou a situação para lançar uma campanha selvagem e generalizada de promoção da violência total contra a população de etnia tutsi. As estações de rádio difundiram mensagens que apelavam ao extermínio dos tutsis, numa onda de violência descontrolada. Famílias inteiras juntaram-se para atacar outras famílias, amigos de longa data tornaram-se inimigos e um manto de violência envolveu um país inteiro. A única lei que prevaleceu foi a lei do ódio na sua forma mais extrema.

Em apenas 70 dias, entre 800.000 e 1 milhão de pessoas foram selvagemente assassinadas. Milhões de pessoas foram deslocadas à força ou fugiram das suas casas para a Tanzânia, Burundi, Uganda e Zaire – o antigo nome da República Democrática do Congo – para evitarem ser vítimas da atrocidade. As mulheres e as raparigas foram sistematicamente violadas em grande escala e utilizadas como armas de guerra para espalhar o terror entre a população tutsi. Calcula-se que cerca de 500.000 mulheres e raparigas tenham sido violadas durante esses meses. As sequelas físicas, psicológicas e emocionais deste horror ainda estão muito presentes na população do Ruanda. O genocídio da população de etnia tutsi deixou uma ferida profunda cujas cicatrizes, muito provavelmente, nunca serão apagadas.

Sem dúvida que um dos factores adicionais que tornaram a tragédia de tal magnitude foi a falta de resposta da comunidade internacional que, mais uma vez, não agiu a tempo. Embora os sinais de um surto de violência generalizada e em grande escala fossem evidentes, as Nações Unidas, na altura com Kofi Annan como Secretário-Geral, juntamente com os líderes mundiais, não tomaram medidas de emergência que poderiam ter evitado o derramamento de sangue. A missão de manutenção da paz, UNAMIR, estava mal equipada e não estava autorizada a efetuar qualquer tipo de intervenção, o que, no final, significou a retirada das tropas nos momentos mais críticos dos massacres contra a população tutsi. Esta ausência de ação será para sempre uma mancha de sangue em toda a comunidade internacional e nunca será esquecida.

No rescaldo do horror, o país enfrentou o enorme desafio de reconstruir a partir das cinzas que cobriram uma terra encharcada de sangue. No entanto, embora as casas destruídas pudessem ser reconstruídas, o verdadeiro desafio seria começar a construir pontes para reconciliar uma nação inteira. Tanto a nível nacional como internacional, foram criados tribunais especiais para levar os responsáveis pela barbárie a responder perante a justiça exigida pelos milhões de vítimas. Com grande esforço, foram postos em prática programas de reconciliação nacional para tentar sarar as feridas profundas e ultrapassar as divisões que pareciam intransponíveis. O objetivo era construir um futuro de coexistência pacífica entre os dois grupos étnicos. O processo foi longo e doloroso, mas graças à coragem e à resiliência daqueles que sobreviveram ao horror, à sua determinação em viver num mundo pacífico e à sua capacidade de perdoar o que parecia impossível de perdoar, o Ruanda conseguiu reconstruir-se e reconciliar-se consigo próprio. Porque, no final, quando há vontade de o fazer, a luz e a esperança de um futuro melhor encontram sempre o seu caminho através do horror e da escuridão.

O genocídio do Ruanda não pode nem deve ser esquecido. Devemos tomá-lo como um exemplo da destruição total provocada pelo ódio mais irracional e pela fria indiferença daqueles que, quando podiam, não agem para o evitar. Mas podemos também tirar lições valiosas sobre a importância de trabalhar sempre para a prevenção de conflitos, de trabalhar sempre para a paz, para a proteção dos direitos humanos, para a defesa da dignidade humana inviolável de cada pessoa e, muito especialmente, daqueles que são mais vulneráveis e inocentes perante o horror e a barbárie.

Hoje honramos a memória das vítimas. A sua história deve servir para garantir que não volte a acontecer em nenhuma parte do mundo. Os horrores do passado nunca podem ser esquecidos.

Trinta anos depois desse horror que nunca deveria ter acontecido, temos de ser capazes de aprender com os erros para continuar a trabalhar por um mundo mais livre, mais justo, mais equitativo, mais igual e mais compassivo.

Olhemos para o futuro com esperança e construamos um mundo onde a dignidade de cada pessoa seja sempre protegida e respeitada.

Porque a paz e a convivência devem prevalecer.

A luz vence sempre a escuridão.

Sempre e em todo o lado.

Nunca nos esqueçamos disso.